Un local ligeramente subterráneo y con paredes de piedra vista, recupera para el ocio de la ciudad unos antiguos baños medievales del siglo XIII. Y como pasa en las cafeterías de los barrios judíos de ciudades como Girona o Barcelona, han sabido inyectarle un aire cálido y cosmopolita que lo hace muy atractivo. Hacia la tarde, los pinchos empiezan a poblar la barra y el local ya está preparado para los que van a tomar la cerveza o una copita de vino. Poco a poco, empiezan a caer las primeras tapas y algunos deciden rematarlo con una cena a la carta. El pincho que más gusta es el de tortilla de patata, pero también son muy recomendables las tablas de ibéricos, las gambas al ajillo o los huevos rotos con patatas y jamón o sobrasada.
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