En Barcelona hay cada día más restaurantes, pero se cuentan con los dedos de las dos manos los lugares donde se puede comer bien. En el caso que me ocupa era un poco un revival, ya que hacía tiempo que no frecuentaba la 'zona de los vascos', como se la conocía ya hace un tiempo, a un territorio gastronómico que le gustaba mucho al Gato Pérez.
Hablamos del Izarra, un lugar acogedor que empezó como taberna de vinos y que Alberto y Carmen llevan con manos de seda. Su comedor ha sido transformado para dejarlo como un espacio de elegancia rústica, acogedor y confortable. Hay pocas mesas, no hay turistas y es atendido por los dueños. El producto, de primerísima calidad, es de proveedores cercanos a la familia.
El emblemático lugar, que ya ha cumplido 40 años, está viviendo una segunda juventud. En este restaurante agraciado de sólo 34 plazas, se siguen sirviendo platos con éxito por la elección de los mejores ingredientes y la paciencia. Como, por ejemplo, el buey o un exquisito rabo de toro de lidia. Por no hablar de la merluza a la vasca, servido con un ajoarriero que pone del revés a cualquier paladar exigente. El pescado proviene de Santander si es de pieza mayor y de las costas barcelonesas en los casos de atún, pulpitos, espardenyes, chipirones o sardinillas.
Perdidos en un torbellino de buen gusto, iniciamos la sesión con una ensalada rusa. Una tortilla de boquerones muy fina cubierta de salmorejo fue la primera sorpresa del aperitivo. Muy delicado, como las judías que siguieron, ligeras, sin estar cargadas de chorizo, que permitían disfrutar de la textura y el sabor de esta judía que es más verdura que legumbre. En el Izarra son expertos y famosos también por especialidades como las alcachofas, que cocinan con jamón, huevo frito y foie gras mi-cuit, chipirones y gambas con almejas. Pero, en temporada, son un festival los espárragos que les envían de huertas navarras amigas.