Existen dos Indochine. Y como en la vida se tiene que elegir, me voy al pequeño, situado en la calle Aribau. El restaurante, asiático en la decoración, no estridente y exótico en los olores, es como un tres en uno gastronómico. En la carta se pueden encontrar platos de la cocina tailandesa, vietnamita y camboyana.
No he viajada nunca a Oriente y la cocina del Indochine me permite saldar una deuda existencial. Ya sé que estar con el culo en la silla no es lo mismo que volar, pero el paladar hace milagros. A diferencia de otra cocina asiática que suele presentar los platos como si estuvieras en un rancho, me refiero a la china, en el Indochine la presentación está a la altura de la sutileza de unas recetas a menudo picantes como un discurso de aquella antigua estrella televisiva conocida como 'la Veneno'.
En el Indochine se puede optar por un menú que tiene como precio de salida 26 euros, pero a veces es más divertido pedir la carta y marcar con el dedo las pequeñas incógnitas. Pero el camarero tiene que ayudar a desenredar nuestras indecisiones. Para empezar, pedimos una ensalada con papaya thai, receta con una textura crujiente y muy fresca, una magnífica variedad de rollitos y unos langostinos con curry verde. De segundo, un pollo camboyano con curry, con ese ligero aroma de la pimienta de Kampot. Para beber nos sirven una cerveza Shinga, la más popular y antigua de Tailandia, aunque prometo que antes de morir, algún día probaré la Phuket Beer and Siam, la más alemana de las cervezas orientales.
El Indochine es un buen local para los amantes de la cocina hecha en la península asiática. Ahora, mi objetivo es ir al Indochine Ly Leap de la calle de Muntaner (en las fotos). A falta de un billete de avión para volar hacia Oriente, lo mejor es comprarse uno de autobús y visitar el otro Indochine. Me han dicho que hay tanta vegetación que te sientes como el sargento Elias en 'Platoon'.