La sorpresa es continua en este romántico y hermoso espacio en el que Jaume Pla ha priorizado la cocina, sin desatender ningún detalle de servicio o de presentación.
En El Pla, que tiene algo de parisino, también de neoyorquino pero que te hace sentir a veces en Ibiza por su música, se puede disfrutar de diferentes maneras.
Los disfrutones pueden estar seguros de que, con la complicidad de la cartera, pasarán una velada diferente y eso es lo que más se agradece. En primer lugar, cabe destacar la atención exquisita que otorgan a la selección, la presentación y el protagonismo del vino. La carta es modélica, aunque en mi opinión faltan algunos imprescindibles del Penedès. Y el vino está para ayudar en un menú degustación preparado con cuidado y con algunos platos realmente ingeniosos. Son aperitivos y seis platos que se pueden degustar con o sin maridaje, aunque es aconsejable este último. Es una manera de pasear el paladar por diferentes regiones vinícolas del país y sorprendernos con vinos que quizás el comensal no podría probar de otra manera. El menú degustación va en paralelo con la oferta de la carta. El respeto por el producto, la exaltación de algunos sabores y el tratamiento, por ejemplo, de un caballa hecho a la llama o de un nabo muy fino con salsa de piñones, dan resultados casi mágicos en la boca.
Muy sabroso es el magret de pato con puré de azafrán y acompañado con hinojo cocido a baja temperatura, exquisito. En la carta destaca un foie muy diferente de los micuits al uso, bien acompañado con gelatina a base de uva Gewürztraminer, con bollos al vapor y acompañado por el vino resultante de esta uva, cítrico y especiado, y también un entrecot repuesto 45 días , con una salsa que recuerda la borgoñona pero elaborada desde principios orientales, muy original y sabrosa. Los postres también van acompañadas de los vinos adecuados. Atención exquisita. Parking muy cerca.
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