Hacía días que anhelaba comer una buena pasta y entré en el Due Spaghi con la esperanza de frenar el mono. Con el ansia como bandera, pasé del menú del mediodía y fui directamente a la carta. No hay nada mejor que hartarse como un cerdo para ir preparando el intestino grueso antes de las grandes atracones anuales. Lo que en Due Spaghi llaman "para empezar", me sirvió para iniciar la travesía gustativa con una croqueta de polenta taragna, queso de vaca del Ripollès, mermelada de pimientos rojos y ricotta ahumada, una degustación, y unos rollitos de bresaola con manzana verde, tomate seco y romesco, perfecto ejemplo de cocina de fusión italocatalana que quieren imponer Nicoletta, Toni y Paolo.
Como la polenta, la croqueta era contundente y los rollitos, un buen maridaje entre la frescura de la manzana y la morosidad del romesco. De la bresaola me declaro fan.
De segundo, ¡la pasta! En la carta del Due Spaghi, la pasta no es predominante. Por ejemplo, el comensal puede pedir también un plato de liebre, polenta de sémola con vainilla y remolacha o un risotto de setas, queso del Ripollès y calabaza.
La pasta que pedí, casi supliqué, era la Spaghi Due Spaghi. El chef decide, y la decisión del chef fue una pasta fresca con crema de gorgonzola, nueces caramelizadas y achicoria. Magnífica. Tanto, que habría entrado en la cocina y me habría lanzado a la cazuela. De postre, un tiramisú muy cremoso y un café con una grappa casera de Barolo. Y durante la comida, una copa de vino Montereales, de la Campania. ¡'Augurio, ragazzi'!
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