Cientoocho

Las mejores alcachofas que he comido en mi vida han sido las de un restaurante del Trastevere llamado Rómulo. De aquella experiencia han pasado veinte años, y he visto todo tipo de alcachofas pero ninguna tan sabrosa como aquella del otro lado del Tíber hasta que, milagrosamente, cuando era de noche y deseaba volver a casa para seguir viendo ‘The good wife’, fui a parar a un bar restaurante llamado Cientoocho.

Sólo por las alcachofas, vale la pena pisar el local capitaneado por Ángel del Campo. Abiertas como una flor y con un toque de sal, propongo cambiar las rosas de Sant Jordi por sus corazones de alcachofas confitadas en aceite y a la plancha. Dispuesto a probar varias cosas, me gustaron las croquetas hechas en casa de jamón ibérico, pollo y menta, y el canelón crujiente de rabo de buey, aunque recomiendo cambiar el orden de la cata y comida: antes el canelón que la croqueta, por no amortiguar el sabor sutil de la carne gelatinosa del ‘Bos primigenius taurus’.

Pero, en cambio, me equivoqué con la elección de los chipirones rellenos de frutos secos y guisados con la tinta y aceite de espinacas. Estaban buenos, pero no aportaban nada a una experiencia que hasta los calamares había sido bastante sorprendente. Mirando la carta, creo que habría acertado más pidiendo unas cocochas de merluza al pil -pil de algas, o, para seguir interpretando el papel de caníbal, escogiendo o un centro de lomo de ternera de Girona a la brasa o una hamburguesa de ternera, foie gras, rúcula y cebolla confitada.

Terminé la comida con un Strudel de manzana singular y la sensación de estar en un lugar aún por definir. Tiene una carta bastante golosa para satisfacer a un comensal exigente, pero a la estética del Cientoocho le sobra un punto de bar que le quita la seriedad que se pretende con una carta de restaurante con mantel y ganas de encontrar un lugar en las guías. Si no es así, recomiendo que revisen los precios.