Triunfadores con traje caro y corbata desabrochada. 'MILF' patrocinadas por Louis Vuitton de mirada muy felina. Pijos con jersey Polo y mocasines pentadimensionales. En la barra del Ajoblanco hay más nivel que en una fiesta del Pequeño Nicolás; si buscáis un bareto sucio para beber quintos de un cubo, aquí os saldrán disparados los globos aculares como a Schwarzenegger en 'Desafío total'. Los precios son precisamente de guerrilla, pero creedme: vale la pena estirar el bolsillo e invocar al bartender. Com diría José Luis Moreno, tienen una coctelería maravillosa, espectacular, magnífica, estelar...
Para empezar, el espacio del bar invita a tomarse una copa a paso lento. La decoración apuesta por la madera noble en paredes, barra y techo, y combina con mucho gusto elementos decorativos clásicos de una elegancia supina, como las lámparas retros, los taburetes de cuero, las porciones de pared con espejos. Es el envoltorio perfecto para meter la nariz en la carta y poner a prueba la pericia de muñeca de los alquimistas de la casa.
Aquí se dominan todos los cócteles clásicos –magníficamente ejecutados–, pero donde queda plasmada la marca de calidad Ajoblanco es en los brebajes de autor, un muestrario creativo de primera que vendría a ser la Fábrica de Chocolate de Willy Wonka para un bebedor. Pido un Mediterranean Cooler, combinación complicada para tocar un poco las narices, y el barman lo consigue como un héroe. Gin Mare, agua de pomelo, aromas de romero y tomillo, ginger, zumo de naranja y un toque de fino. El precio indecente que cuesta es una buena inversión: la bebida está superior y deja claro que Ajoblanco tiene una de las mejores barras de Sant Gervasi, a pesar del peligro que supone visitarla a final de mes.