1. La gran ruta del vino: el Bages, el Penedès y más allá
Cataluña cuenta con varias denominaciones de origen que hacen de su vino un producto excelente que lleva décadas seduciendo a los grandes aficionados a la enología. Si es vuestro caso, las etapas del Grand Tour de Cataluña que arrancan a partir de Montserrat y bajan hasta Tarragona son unas de las que no os tenéis que perder. Por ejemplo, es interesante seguir la ruta de las tinas de la Vall del Montcau, un recuerdo de cuando en la zona del Bages se hacía el vino a pie de viñedo, en recipientes de piedra, a la manera tradicional. Ahora, el proceso de producción del vino está más automatizado, pero el resultado es igual de excelente: tanto D.O. Bages como, un poco más abajo, las D.O. Penedès y D.O. Tarragona ofrecen catas inolvidables. Hay muchas bodegas que se pueden visitar, o que se pueden ver desde varios miradores de la zona siguiendo la ruta Miravinyes, para contemplar la magnificencia del paisaje cultivado.
En Vilafranca del Penedès, una de las capitales de la uva, hay que visitar el Vinseum, un museo del vino que os dará pistas sobre las botellas que tenéis que comprar. Y una vez entramos en tierras de Tarragona, una actividad muy recomendable es hacer la ruta de Cabra del Camp, una marcha en plena naturaleza que recorre viñedos y campos de cereales, y que culmina con degustaciones de vinos de la zona. Finalmente, las Terres de l’Ebre también tienen una gran producción enológica, y su símbolo son las dos Catedrales del Vino: Gandesa y El Pinell de Brai, dos bodegas modernistas rodeadas por un paisaje que corta el aliento. A partir de ahí, viene otra ruta inolvidable, la que nos muestra –subiendo hacia la llanura de Lleida– la riqueza del Priorat, otra denominación de origen calificada inexcusable con un espacio central que une vino y arquitectura: la bodega modernista de Falset-Marçà.