La Sagrada Familia te la tienes que mirar de lejos, desde el chaflán de Marina con Provença, resguardándote los ojos con la mano, como si te molestara el sol. Si no, la imagen resulta turbadora. El templo expiatorio me parece una obra recargada y gris, pero los gustos son tan personales... Yo soy de colores y curvas como las de Antoni Gaudí en la Casa Milà, de edificios singulares porque sí, como el de Sant Antoni Maria Claret, 110.
Está recubierto de gresite de color azul cobalto, y se eleva sinuoso hacia el cielo como si fuera una piscina. Podría quedarme embobada mucho rato delante del edificio de viviendas del arquitecto Mario Catalán Nebot, una rémora de los años 70 que Lluís Permanyer destacó como una de las obras más feas de 'La Barcelona lletja' (Àmbit). Se sabe poca cosa del arquitecto: murió con 44 años después de firmar el edificio futurista de la calle de València, 384, otra obra considerada abominable.
La ruta continúa por la calle de Sardenya hacia abajo. Por el camino me encuentro con locales encantadores y auténticos, como los Talleres Corominas (Sardenya, 392), dedicados a piezas y construcciones mecánicas desde 1930, y la Bodega Iturre, donde el dueño nos invita a tomar unos pintxos de fin de semana. No me volveré a detener hasta el templo déco que durante años alojó la fábrica Myrurgia (Mallorca, 351). Me gusta la simetría, la horizontalidad y la elegancia fría que desprende la obra, que fue proyectada por Antoni Puig i Gairalt en 1930 y obtuvo uno de los premios arquitectónicos del Ayuntamiento. Desde fuera parece conservar parte de los detalles originales (atención a la tipografía de la fachada), pero leo que el interior del edificio propiedad de Puig, ahora alquilado a HUSA, ha experimentado modificaciones.
Me alejo de la Sagrada Familia, acabo en los Encants Nous (Dos de Maig, 225) y me pierdo en ellos como Teseo en el laberinto del Minotauro. Hay para eso y mucho más: son 8.000 m² de pasillos y locales, algunos de toda la vida como los anticuarios o la mercería Paquita, y otros nuevos inquilinos, como la tienda de juguetes para nostálgicos Tannhauser. Las galerías se construyeron en los años 50 –fueron de las primeras de Barcelona– y, a pesar del punto decadente, son un eje que se esfuerza para sobrevivir. A mediodía, y entre semana, encuentras vecinos de las escaleras contiguas en tránsito y clientes que buscan oportunidades, utensilios de ferretería o plantas medicinales.
Sigo por las calles de Jaume Xifré y Freser hasta llegar a la antigua fábrica Costa Font (después iría a parar la Alchemika). Francesc Mitjans fue el autor en los años 50 y Oliveras Boix Arquitectes transformaron el conjunto en equipamientos. El más luminoso, la Biblioteca Camp de l’Arpa (Indústria, 295) presidida por el rótulo de Alchemika, y el recuerdo a las fregonas Mik.
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