Claudia nos recoge en la estación del Baixador de Vallvidrera, por la salida de las Planes, justo donde empieza el barrio de Mas Sauró, nacido a principios del siglo XX alrededor de la desaparecida masía de Can Sauró, y hoy formado por un conjunto de unas 160 viviendas en el cual el diseño minimalista convive con casitas humildes de colores vivos y enanos de piedra. Después de llenarnos de cafeína y fuet bajo el sol invernal de la terraza del bar A l’Aire, cogemos el camino del pantano de Vallvidrera, primera parada prevista. Pero antes de llegar nos detenemos delante de lo que parece la entrada a un túnel, rodeada de hiedra. Es la Mina Grott, una galería excavada en 1856 para llevar el agua del pantano de Vallvidrera a la villa de Sarrià. Más tarde, en 1908, se instaló un trenecito eléctrico con 80 bombillas de colores que recorría el trayecto desde la boca inferior de la mina –cerca del pie del funicular– hasta el pantano, donde los burgueses de la ciudad iban a divertirse.
A quince minutos en ferrocarril, saliendo de la plaza de Catalunya, hay encinas, robles, helechos centenarios, ánades reales y herrerillos, entre otros cientos de especies que la mayoría de barceloneses señalamos con el nombre de planta, árbol y pájaro. Claudia Yagüe, educadora ambiental, se los sabe casi todos y ha aceptado hacernos de guía por la parte de sombra de Collserola, a nosotros, ignorantes, que hemos olvidado que la hoja de roble es la que tiene forma de nube; un conocimiento básico que se adquiere en parvulario.