La cima domesticada
Entramos en el parque por la calle de Marmellà y seguimos los caminos serpenteantes hasta los primeros indicios de sombra –¡sed rápidos para no deshaceros!–. El bosque domesticado construido en los años 70 en los terrenos cedidos por la familia Morató ofrece una vista insólita sobre la ciudad (es más tranquila que la de otros miradores; estamos solos, a excepción del señor que hace estiramientos, cuatro personas paseando al perro y una pareja de adolescentes) y la brisa de aire que corre bajo los pinos y cedros es de lo más agradable. Hay mesas de picnic, pero el sol pica.
En la bajada, adoptamos la actitud de los situacionistas y vamos a la deriva: nos encontramos con una joyita arquitectónica de los años 50 –la portería del número 6 de la calle de Hurtado resulta muy fotogénica– y también con torres modernistas como la Villa Matilde, a los pies de la cual se despliega en terrazas el jardín romántico de Portolà (Portolà, 5). Nos sentamos bajo la pérgola forrada de verde antes de cambiar de distrito y saltar a Gràcia, por la bajada y la calle de Gomis (donde, por cierto, tienen despacho los organizadores del Inedit Beefeater).