Cuando Jaume Prims nació, Hospitalet no superaba los cinco mil habitantes, y cuando murió rozaba los 300.000. Entre 1900 y 1970 el vaquero de la calle Mayor simpatizó con las izquierdas (leía L'Òpinió y Justícia Social) y pagó impuestos estatales y locales a disgusto. Prims no conoció nunca las dimensiones que había ido tomando la ciudad, que todavía en los 60 se dividía entre dos núcleos principales (Santa Eulàlia, que miraba hacia Barcelona, y Hospitalet, que tenía Sant Josep como barriada), y que solo tenía población dispersa en la Marina y en el Samontà. Aquel Hospitalet crearía de golpe, entre finales de los 60 y principios de los 70, Bellvitge y Can Serra, primero, y Pubilla Casas y la Florida, después.
A aquel Hospitalet lo trincharían vías de tren, túneles subterráneos y autovías, y perdería la mitad del territorio original por la construcción de la Zona Franca, el alargamiento de la Diagonal y el cambio de frontera del Llobregat. Sumaría doce barrios que casi no se conocerían entre ellos. Pero rebrotaría. El Hospitalet de 2014 no tiene un denominador social común, sus ciudadanos no son solo de aquí o solo de allí. Como siempre: el año 1553 los forasteros ya eran dos tercios de la población. En Hospitalet, quien ha llegado, ha entrado por la puerta sin preguntar, y quien se ha instalado, ha tenido que ponerse al frente de la manifestación para pedir incluso una farmacia. Quizá por eso la segunda ciudad e Cataluña solo tiene 100 metros de núcleo histórico, la entrañable calle del Xipreret. Pero también ahora tiene una plaza de Europa y un distrito económico que genera 18.000 puestos de trabajo, unos barrios dinámicos que ya no son grises sino multicolor y unos ciudadanos, hasta 254.056, que viven en una ciudad que ya tiene una oferta propia. Y no, a Hospitalet ya no se va solo a dormir: los datos del Idescat de 2011 revelan que ya hay una relación de 40%-60% entre no residentes que trabajan en la ciudad y residentes que van a trabajar fuera.
¿Cómo se ha llegado hasta este orgullo hospitalense? Contra pronóstico. Los pequeños movimientos que en los 90 se generaron en el llamado Espai de Debat crearon un símbolo -las iniciales de la ciudad en un círculo dibujado- que el Ayuntamiento adaptaría en unos adhesivos negro sobre blanco, como si Hospitalet fuera un estado. Había nacido el nacionalismo hospitalense. Si la Fira quería ampliar sus instalaciones en el antiguo Polígono Pedrosa, los indicadores debían prever el añadido territorial. Si la Gran Via se urbanizaba a su paso por Hospitalet, no por casualidad se clavaban unas iniciales gigantes en el paso semisubterráneo.
Pero la cicatriz todavía es grande. En una ciudad enorme, sin medios de comunicación propios, con vías de tren que dividen los barrios y ciudadanos que cada día llegan expulsados de Barcelona o que son desahuciados, en cualquier esquina hay una trinchera. Pero Hospitalet se reivindica. Unos lo llaman 'el nuevo Brooklyn de Cataluña', con espacios de creación en las viejas fábricas, con nuevos espacios culturales y centros cívicos, con infinitos bares catalanes, castellanos, gallegos, latinos o chinos. Hospitalet tiene vida, no es de nadie, y es de todos.