Lo mejor de cada barrio: Raval

La vida en el barrio chino no sólo inspiró a Roberto Bolaño, Vázquez Montalbán o Terenci Moix

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Calle Joaquín Costa

Si ravalear significa algo, seguramente será recorrer una calle como Joaquín Costa, estrecha y oscura pero iluminada con estimulantes propuestas. A ambos lados topamos con delicadezas como Fusta'm (un estudio de muebles vintage), Fantastik (un colorista bazar de objetos insólitos) y Les Topettes (una perfumada tienda de estética). No faltan los bares como el Oddland, el Betty Ford o la antigua Casa Almirall. Por si fuera poco, encontramos coctelerías emblemáticas como el Tahití y el Negroni, la peluquería Rulo y la galería de arte de El Bigote del Sr. Smith. Y todo intercalado con tiendas de comestibles y locutorios pakistaníes.

Kasparo

La terraza bajo los soportales de este bar, café y restaurante es ideal para hacer un vermút los días soleados de invierno o una cerveza fría las noches de verano. De hecho, siempre es ideal. Incluso si llueve. Podemos sentarnos con un buen libro o un buen amigo y escoger entre sus platos, bocadillos y tapas. Las croquetas de setas son memorables, y sus camareros, también (¡queda dicho!). Alejada del tráfico, la plaza del Kasparo es un rincón tranquilo donde a menudo encontramos reunidos músicos, familias (los niños tienen su parque para jugar) y amigos sin prisa para explicarse la vida.
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De copas

Seguramente lo más tentador para los foráneos del barrio es la oferta de bares nocturnos. Seguro que ya conocéis los cócteles del Tahití (Joaquín Costa, 39). Y si no, ¡ya sabéis!

Sant Pau del Camp

Huyendo del bullicio del Raval por la calle de Sant Pau hacia el Paral·lel, descubrimos con sorpresa el pequeño monasterio de Sant Pau del Camp, una de las construcciones románicas mejor conservadas de la ciudad. Su nombre no proviene de los jardines que lo rodean (una amplia zona verde que oxigena el barrio y donde podemos pasear de 10 de la mañana hasta la tarde) sino a que, cuando fue construido hace más de diez siglos, se encontraba fuera de la protección de las murallas de la ciudad. Es decir (y por extraño que nos parezca), que se encontraba en medio del campo y aún conserva el sabor rural.
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