La explosión colorista de 'Spring breakers' parece quedar a años luz del naturalismo roñoso de 'Gummo' (1997), aquel retrato de un pueblo del medio oeste con el que Harmony Korine debutó tras la cámara. En su primer filme, destilaba una extraña poética, entre el hiperrealismo sucio y un hipnótico onirismo, a partir del 'white trash' que habita entre las ruinas del sueño norteamericano. Y, a priori, poco tienen que ver las cuatro postadolescentes surgidas de la factoría Disney que se pasean en bikini por todo el metraje de 'Spring breakers' con aquellos personajes que parecían escapados de una foto de Diane Arbus o de una película película de Tod Browning.A pesar de las apariencias, en 'Spring breakers' confluyen los intereses habituales de Korine: los usos y costumbres de una juventud que se mueve en un universo con reglas propias (las vacaciones de primavera como refugio de las rutinas marcadas por los adultos), los referentes de la cultura pop (aquí Britney Spears cataliza emociones), el empalme con cierta modernidad cinematográfica y el interés por la naturaleza de la imagen fílmica. Como en el resto de su filmografía, el relato es mínimo: cuatro amigas se las ingenian para apuntarse a un viaje de vacaciones (después de cometer un atraco con pasamontañas rosas y armas de juguete), una especie de itinerario en la búsqueda de una felicidad que se articula a través del imaginario de la MTV: desde las fiestas hedonistas estilo 'Jersey Shore' hasta el paso al lado más salvaje d