En una Europa sacudida por las guerras de religión y las rivalidades de carácter confesional, católicos y protestantes acontecieron dos culturas religiosas que parecían prácticamente irreconciliables, y la irrupción de la imprenta facilitó la rápida propagación tanto de las tesis protestantes como de las de la reacción católica. Barcelona se hizo eco de los cambios religiosos y artísticos del momento, y se adaptó a las iniciativas que comenzaron otras ciudades. Así, la ciudad también fue deudora de la cultura gráfica imperante; las estampas foráneas transmitían la doctrina, a la vez que inspiraban a los pintores y escultores locales.
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