La ciencia ficción, y en particular películas como 'Terminator' o 'Matrix', ha construido una imagen de la inteligencia artificial que, aunque narrativamente irresistible –y más aún en tiempos distópicos–, no se refleja con la realidad. La AI no va de máquinas con voluntad propia, sino del siguiente nivel, en el que los ordenadores pueden complementar la creatividad humana. Ahora que estamos acostumbrados a interactuar con algoritmos –las series de instrucciones que una máquina ejecuta para lograr un resultado, como una búsqueda en internet–, lo lógico es enseñar al algoritmo no a realizar un proceso determinado, sino a encontrar el camino para hacer cosas nuevas a partir de la información que recibe. No se trata de darle pautas fijas, sino patrones de reconocimiento para imitar modelos y dar resultados: frases, imágenes, secuencias de sonidos, etcétera.
Tenemos que pensar en la AI como un nuevo pincel con un nuevo color en la mano de un pintor
No nos engañemos: las máquinas son todavía poco inteligentes si las comparamos con la capacidad de la mente humana, que es la que las enseña. Pero un cerebro que programe y alimente bien su inteligencia artificial obtendrá resultados nuevos que pueden incorporarse al trabajo humano. Tenemos que pensar en la AI como un nuevo pincel con un nuevo color en la mano de un pintor, o en una repentina variación del texto para un escritor. Ningún ordenador puede realizar todavía una obra maestra, pero sí puede aportar resultados que la mente no habría valorado inicialmente, como una cierta progresión armónica o un efecto de transformación de un plan fílmico. Y con ese diálogo se ensancha nuestra imaginación.
En este aspecto, Barcelona está en plena efervescencia artística y empresarial: surgen y consolidan instituciones –sobre todo universidades–, firmas que trabajan en aplicaciones comerciales y experiencias de usuario –reconocimiento de voz, sobre todo–, artistas de vanguardia y espacios creativos que trabajan con la herramienta del futuro para avanzar en la creatividad publicitaria, para trascender las artes plásticas o encontrar nuevos sonidos: la ciudad ha entrado en la era del software que aprende, interactúa y modifica la visión artística.