Nos gustan los lugares que son tierra de nadie, las fronteras de la ciudad, allí donde acaban barrios y empiezan otros, el sitio ideal para iniciar un paseo sobre el asfalto. La Plaza de las Glòries forma parte de esta tierra de nadie. Articula la Llacuna del Poblenou, el Fort Pienc y el Clot, y se ha convertido en el corazón de la nueva centralidad que defendía Ildefons Cerdà. Antes que cambie de cara -supuestamente para ser más verde y accesible para el barrio- y aprovechando que han aterrizado en ella nuevos hitos arquitectónicos y culturales, le haremos una visita. Si después buscáis escapar del jaleo, cambiad de dirección y seguid caminando hasta el pequeño reducto manchesteriano del Clot.
Primero tenéis que dejaros deslumbrar por el nuevo Mercat de Bellcaire. La cubierta ondulante de Fermín Vázquez lo refleja todo y es carne de instantáneas insólitas. La actividad de los Encants se organiza en calles donde se puede encontrar desde tiendas de antigüedades o bicicletas hasta puestos de bricolaje, y una planta baja, la plaza, donde tiene lugar la subasta y venta de piezas únicas, desde visos de algodón con blondas a una máquina de coser Wertheim y números vintage de 'L'Illustration'. Al otro lado de la avenida Meridiana, la Grapadora recorta el cielo. El Edificio DHUB, todavía a medio gas, será la sede del Museu del Disseny, el Barcelona Centre de Disseny, el FAD y la Biblioteca del Clot-Josep Benet.
Retales del siglo XIX
Aventuraos al Clot de forma extrema, cruzando la Diagonal por debajo del anillo viario de la plaza de las Glòries, que ahora es de paso exclusivo de autobuses y maquinaria. En el otro lado os dará la bienvenida La Farinera, la fábrica de estética modernista construida en 1902, que funciona como centro cultural del barrio, un buen lugar donde tomarse el primer café. La ruta continúa hacia el norte con la Sagrada Família en la línea del horizonte y avanza por la calle del Clot, donde veréis dieciocho casas de cinco metros de altura, patrimonio arquitectónico de la ciudad que resisten en el plan de Sant Martí desde 1837. Seguid por la calle llena de pastelerías, bodegas para hacer el vermut (pensamos en la Sopena, claro) y restaurantes con encanto; y mirad hacia arriba.
Un de las coronaciones más curiosas está protagonizada por dos ranas vestidas con paraguas y recuerda el emplazamiento de la fábrica de paraguas Can Budesca. Hay más vestigios con encanto en el barrio: los restos del pasaje de Can Robacols, en la calle de Rossend Nobas, además del mercado y el parque del Clot. Lo que decora esta área verde con pista de baloncesto y frontón incluida no es un acueducto, sino las vueltas y molduras de la fachada de los antiguos talleres de la Renfe.
Muy cerca de la plaza de Valentí Almirall, donde domina la calma a pesar de estar cerca de la Gran Via, se alza una de las muchas chimeneas que se conservan en el barrio y que son testigo de por qué la zona de Sant Martí era conocida con el apodo de Manchester catalán. Veréis más avanzando por la calle de la Verneda, que concluye en la Rambla Guipúscoa, cerca de la reproducción de 'Las Pajaritas' del escultor y anarquista Ramón Acín. Cae cerca de la sede de los Castellers de Barcelona, en la calle de Bilbao; los vecinos del barrio se vanaglorian de poder espiar los ensayos y de la vida asociativa del barrio, entre otras cosas. También les 'pertenece' el caserón medieval conocido como la Torre del Fang, que descansa cerca de las obras del AVE y los vestigios arqueológicos.
La ruta continúa en el oeste, al otro lado de la Meridiana. Buscad la paz en las casas con vigas de madera que se conservan en la calle Dega Bahi y seguid hasta la comercial calle de Rogent. Aprovechad para contemplar el edificio modernista de Pere Falques, sede del IES Juan Manuel Zafra. La otra joya del barrio es la calle Arc de Sant Sever, por donde transitaba el Rec Comtal.