Cuando salgáis de la estación de metro de Roquetes tendréis todo el barrio escampado por la montaña. Roquetes es un barrio hecho con la fuerza de voluntad de sus vecinos: un ejemplo de ello es el alcantarillado, que construyeron entre todos en 1964 dedicándole los domingos. Recorrerlo es caminar por cuestas con vistas increíbles, que nos conducen sin remedio, atraídos por a saber qué fuerza invisible, hacia el inacabado castillo de Torre Baró -que tenía que ser un gran hotel a principios del siglo pasado -.
Si seguís por este camino y tenéis suerte y no seguís los caminos más frecuentados, quizá os encontráis con una bucólica senda entre higos chumbos. La panorámica incluye el Parc Fluvial del Besòs, la montaña de Montcada i Reixac y toda Barcelona desde Nou Barris: impresiona. Más adelante, pasada la Torre y sin bajar al barrio del mismo nombre, encontraréis un camino de tierra que va hacia el Turó de Cuiàs Mort por un bosque a la sombra de la sierra.
A unos veinte minutos, cuando hayáis llegado al claro de la cima del cerro, un cartel os indicará Ciutat Meridiana. Si vais con atención, veréis que, a la derecha, hay una torrentera: seguidla y descubriréis un atajo misterioso y encantador, con un dosel de robles y encinas incluido.
Morros crujientes
Al final, a mano izquierda, tendréis una punta del cementerio de Collserola, y a mano derecha, los depósitos de agua de Ciutat Meridiana: si giráis por aquí, entraréis en la población por arriba. Después de pasar un par de grandes bloques de pisos, no tardaréis mucho en encontraros con el mercado municipal de Núria, un mercado minúsculo con mucha gracia. Si seguís bajando, llegaréis a la plaza Verda; allí podréis sentaros en la terraza del Racó de la Iaia y recompensaros, por ejemplo, con un merecido morro crujiente y muy sabroso -y una caña para ayudar a tragar -.