Parc de l'Espanya Industrial
© Olivia Rutherford / Time OutParc de l'Espanya Industrial
© Olivia Rutherford / Time Out

La Barcelona que no sale en las guías

Cinco paseos relajantes para conservar el aliento

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Nos hemos propuesto salir a pasear por Barcelona y cercanías para descubrir los rincones que no encontrarás en las guías, y hemos hecho cinco rutas durante las cuales encontrarás paisajes insólitos, historias desconocidas y un avituallamiento de primera.

El Sants obrero

El Poblenou se ha llevado la fama de antiguo barrio fabril de Barcelona, pero a principios del siglo XX Sants contaba con algunas de las fábricas más importantes del país. Cuando todavía era una vila independiente y agrícola de Barcelona, se instalaron en Santa Maria de Sants las primeras grandes industrias textiles de la zona, que determinarían la estructura y fisonomía del barrio. La tradición obrera de Sants no solo se nota en los nombres de las calles (plaza de la Farga, de la Vidriera...), las antiguas fábricas recuperadas para otros usos y las viviendas, si no en una vida asociativa de las más activas de Barcelona.


Desde la estación de Ferrocarriles Catalanes de Magòria- La Campana, seguimos Gran Via hacia arriba por la calle de Mossèn Amadeu Oller para iniciar el paseo. Rodeamos Can Batlló, la fábrica que abrió Joan Batlló en 1878 y originó a su alrededor el barrio de La Bordeta. La factoría llegó a dar empleo a unas 2.000 personas, la mayoría mujeres. Cuando a mediados del siglo XX el textil entró en crisis, la fábrica cayó en manos del gran pirata franquista Julio Muñoz Ramonet. Desde entonces y desde hace poco funcionó como una especie de colonia industrial con todo tipo de talleres y empresas independientes entre las cuales sobreviven los edificios de la capilla, el economato o la torre de aguas.

Can Batlló es una de aquellas asignaturas pendientes que arrastró un consistorio tras otro. Un inmenso recinto fabril como ya no quedan en la ciudad que ocupa nueve hectáreas de terreno. Por eso siempre ha sido motivo de disputas entre la inmobiliaria Gaudir, propiedad de las herederas de Muñoz, que tiene la titularidad, y los vecinos, que reclaman el uso para el barrio. La plataforma Salvem Can Batlló consiguió abrir la Biblioteca Popular Josep Pons, con acceso por la esquina entre Amadeu Oller y Constitució. Una excusa perfecta para que todo el mundo pueda entrar sin problemas al recinto y un primer paso para abrir Can Batlló a Sants.

Para disponer de más información sobre estas y otras luchas vecinales, solo hay que seguir por la calle Olzinelles hasta el Centre Social de Sants (número 30). Justo delante se puede ver otro edificio que protagoniza muchas reivindicaciones. La Lleialtat Santsenca (Olzinelles, 31) era una cooperativa obrera alojada en una construcción de aires regios firmada por Josep Alemany. A pesar de estar catalogado, el edificio está en evidente estado de decadencia y espera que se le insufle una nueva vida.

Giramos por Altafulla y aprovechamos para conocer la calle Dalmau que, a pesar de ser tan pequeña, esconde algunas de las joyas del barrio, como la torre Henriette Cros y la Casa de les Bruixes.

Por la calle Ibèria nos detenemos en la plaza del mismo nombre, recuperada como uno de los puntos de encuentro que más mantiene el aroma de barrio de toda la vida, con la bodega, la fuente, y el edificio más antiguo de Sants, la Casa del Rellotge. Por la calle Cros llegamos al antiguo Foment Republicà de  Sants donde se fundó Esquerra Republicana de  Catalunya. El edificio, también conocido como Ateneu Batllori, dispone de una vistosa fachada que parece la de un teatro, obra del arquitecto Enric Figueras.

Cruzamos la calle de Sants para adentrarnos en el Triángulo de Sants, que creció para alojar a los trabajadores de la fábrica La España Industrial. Por la calle de Riego llegamos a la plaza d’Osca, corazón del Triángulo y lugar donde se situaba el antiguo mercado del barrio. Todavía son fácilmente identificables en los alrededores las numerosas viviendas obreras construidas en el último tercio del siglo XIX, sobre todo en la calle Premià. Esta es también una de las zonas de Barcelona que más ha conservado la tradición asociativa.

Entramos en el recinto del actual Parque de la España Industrial por la antigua portalada que todavía se conserva en la calle de Muntadas, nombre de la familia propietaria de la que fue la primera sociedad limitada algodonera de España. Desde aquí se pueden admirar los pocos vestigios que quedan de la potente factoría, que en el barrio también se conocía como Vapor Nou: la guardería (actual Escola Bressol Pau), la Casa del Mig y el bosque de plátanos. Un poco más allá, el antiguo casino del barrio convertido en el Centro Cívico de Hostafrancs (Rector Triadó, 53).

Por el paseo de Sant Antoni caminamos en sentido opuesto a la estación, la mayor infraestructura del barrio, que se levantó en el año 1854 como punto de partida de la línea Barcelona- Molins de Rei y Martorell.

Muy cerca, en la calle de Sants, 79, otra infraestructura de transportes que ha cambiado de función. Las cocheras de los tranvías son ahora uno de los centros cívicos más emblemáticos del barrio. Nos dirigimos por Joan Güell hacia la antigua fábrica propiedad del empresario que da nombre a la calla. El Vapor Vell fue fundado por Joan Güell en 1840, por lo tanto era la industria textil más veterana de Sants. Las rebeliones obreras hicieron que el hijo de Joan, Eusebi Güell, trasladara la producción a Santa Coloma de Cervelló, a la que sería la Colonia Güell. El complejo pasó por múltiples vicisitudes hasta que el Ayuntamiento lo adquirió para convertirlo en colegio y en la principal biblioteca del  barrio.

Seguimos por Joan Güell hasta los Jardines de Can Mantega, situados en la antigua masía de este nombre y que hasta la apertura del Parque de la España Industrial fue el único espacio verde en un barrio lleno de pisos. Aquí se encuentra la fuente más conocida de Sants, la del 'Ninyo', que se trasladó allí cuando la plaza donde estaba desapareció bajo el asfalto de la ronda del Mig. Giramos por la calle de Rosés para descubrir la Casa Gran. Ahora puede pasar desapercibido, pero este edificio de ocho plantas, cuatro porterías y 128 pisos, fue uno de los primeros bloques de viviendas obreras de la ciudad. Obra de Modest Feu, el arquitecto que llenó de casas modernistas la calle de Sants, disponía de un sistema de abastecimiento de agua y alcantarillado autónomo y su estructura facilitaba la relación entre los vecinos. De hecho, sus habitantes mantienen la tradición asociativa hasta el punto que disponen de una comisión propia para la Festa Mayor del barrio.


Un poquito de Sant Antoni

El mercado de Sant Antoni es uno de los más antiguos de Barcelona. En la fachada luce el 1882, el año de su inauguración cerca de una Barcelona que acababa de echar abajo las murallas. Antoni Rovira i Trias lo diseñó como una gran estructura de hierro de cuatro brazos, que en los últimos años estaba deteriorada y escondida tras un muro. Ahora sufre una profunda remodelación mientras el barrio al que da nombre se está convirtiendo en una zona donde recuperar bodegas y casas de comidas tradicionales que, al mismo tiempo, inspiran nuevas experiencias culinarias. ¿Qué os parece un paseo gastronómico por Sant Antoni a lo largo de todo un día?

Desde el mercado nos dirigimos a cargar pilas para la jornada. Solo hay que seguir por la calle Comte  Borrell el delicioso aroma de café que llega del Cafès Roure, una tienda de venta y degustación del líquido negro donde hay cafés de medio mundo, de Java a Colombia, recién tostados. Justo al lado, la Biblioteca Joan Oliver con su fondo especializado, como no podía ser de otra manera en este barrio, en coleccionismo. Este espacio moderno está situado en la antigua factoría Can Tardà donde se fabricaban los chicles Bazoka y también da paso a los jardines que llevan el nombre de la cupletista que compuso 'Baixant de la font del gat', Càndida Pérez.  

Como si nos encontráramos en uno de esos libros en los que puedes escoger tu propia aventura, tenemos dos opciones para alimentarnos con un buen desayuno de cuchillo y tenedor. Coger la calle Borrell hacia arriba a Can Vilaró, la cocina casera del cual ha alabado más de una vez Quim Monzó en sus artículos, o girar hacia Parlament para comer un almuerzo de matadero en el Pa i Trago. Esta taberna abierta desde 1965 exhibe sin pudor sus tópicos. Manteles de cuadros, baldosas con refranes, porrones... acompañan una carta donde lucen los pies de cerdo y caracoles en salsa o bacalao de hostal. Lo que se conoce como dieta mediterránea de toda la vida.

Llega la hora del vermut. Dejamos para otro día una de nuestras esquinas preferidas, la de Tamarit con Urgell, donde se sitúa el clásico rockero del buen aperitivo, el Bar Ramon. Y nos dirigimos hacia la Bodega d'en Rafel, que valdría la pena visitar aunque fuera por su insólita decoración: las paredes están decoradas con decenas de baldosas que narran el Don Quijote con dibujos. 

Cerca de la esquina de Manso con Viladomat, descubrimos el restaurante Merquén, que ofrece en forma de tapas los frutos del matrimonio entre la tradición catalana y la chilena. A esta hora está cerrado, por lo tanto volveremos para cenar en otro momento.

Con el estómago lleno, seguimos por la calle Manso y, antes de llegar al cruce con Calàbria, nos encontramos con la sede del Goethe Institut, representante y promotor de la cultura alemana en Barcelona. Los más veteranos del barrio todavía recuerdan cuando este edificio desprendía olor a vainilla. Aquí había funcionado la fábrica de galletas Montes, la industria preferida para los niños de Sant Antoni que hacía cola delante de las puertas para comprar bolsas de galletas rotas, a mejor precio. Con las reformas del edificio se recuperó otra isla interior, la de los Jardines de los Tres Tombs.  

El olor de galletas no solo nos hace recuperar el tiempo perdido, también las ganas de merendar. Subimos por Calàbria y una tercera isla interior nos despierta más recuerdos. A los Jardines de Maria Manonelles, militante de izquierdas de larga trayectoria, se accede por el que había sido el Waldorf, uno de los últimos cines de barrio de la ciudad. Llegamos a la avenida Mistral, la vía más antigua del barrio que salía desde Sants a una de las puertas de la ciudad amurallada, preparados para asaltar una de las mesas de la heladería Bonastre, donde sirven una horchata que no tiene nada que envidiarle a la de Can Sirvent, el proveedor de néctar de chufas más prestigioso de Sant Antoni. Si hubiéramos preferido un té al estilo anglosajón, nos hubiéramos quedado en el Federal Café.

Volvemos con la calma en dirección al mercado. ¿Y si cenamos tapas exóticas? Pasamos de largo la taberna que reivindicó la tapa a la japonesa entre tantos locales nipones con humos, el Bouzu, y el único restaurante sueco de la ciudad, el Pappa Sven, porque esta noche tenemos de la sopa de la Bodega Sepúlveda, una delicia que sorprende, nutre y deleita a partes iguales.


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'Pixapins' de Barcelona

Josep Maria Huertas inicia su recopilación de Mitos y gente de Barcelona (La Butxaca, 2011) con la leyenda de la niebla negra que algunos días cubría todo el término de Olorda y dañaba sus cultivos. La maldición no remitió hasta que se plantó una cruz en la cima del monte de Olorda. A pesar de que Santa Creu de Olorda haya estado presente en la tradición oral de la ciudad, es casi un lugar secreto para la mayoría de barceloneses. En cambio, la conocen bien los habitantes de Sant Feliu de Llobregat y, especialmente, los de Molins de Rei. La explicación es bien sencilla. Aunque el conjunto de la ermita y sus entornos pertenezca al municipio de Barcelona, está desligado geográficamente de la urbe y forma un enclave entre Molins y Sant Feliu. Olorda llegó a ser municipio, pero la población estaba tan diseminada que se acabó repartiendo entre un Sarrià todavía independiente y las otras dos poblaciones. Su núcleo central lo conforma la ermita románica, reconstruida después de la guerra civil, con restos aún más antiguos dentro. Una cruz inmensa todavía levanta el monte, que hace siglos estaba coronado por un castillo.

El Maresme primigenio

Montgat, municipio que estuvo agregado a Tiana hasta 1933, es la primera villa de la costa del Maresme si contamos desde la ciudad de Barcelona, y ha crecido alrededor de la colina que le da nombre junto al mar. Cuenta con dos estaciones de tren de cercanías que nos permiten marcar el inicio y el final del itinerario. En la cafetería de la estación llamada Montgat a secas, exponen, como si de un pequeño museo improvisado se tratara, un antiguo sistema de palancas de la primera línea de ferrocarril de España. Empezamos el paseo...

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La Salut, paso a paso

Entre la Travessera de Dalt, Vallcarca y el Carmel, se extiende el barrio de la Salut de Gràcia, que tomó el nombre y creció alrededor de una pequeña capilla dedicada a la Virgen que hizo construir Antoni Morera para combatir la epidemia de cólera que asoló la ciudad a mediados del siglo XIX. A finales de este siglo se instalaron lar segundas residencias de la burguesía del Eixample en tierras antes ocupadas por caseríos y recintos hospitalarios que daban aún más sentido al nombre del barrio. Ya iniciado el siglo XX, Antoni Gaudí escogió el barrio para levantar una urbanización que quería poner en práctica el concepto de ciudad-jardín, un espacio donde las casas, las calles y los lugares comunes se integraran con la naturaleza. El proyecto, pagado una vez más por Eusebi Güell, resultó un fracaso empresarial, pero quedó un parque para toda la ciudad bastante conocido para que no nos adentremos en este paseo.

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