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Querían montar un bar, pero en poco más de dos meses ya han descubierto que la mayoría de gente se acerca a la bonita barra de Glug a comer. También a beber, claro, porque la carta de vinos es uno de los grandes alicientes de este nuevo local que abrió el pasado mes de julio en el Eixample, en la esquina de las calles París con Viladomat
Y es que el vino es el protagonista en este proyecto de Beatrice Casella e Iván García. El nombre, onomatopeya del sorbo, o el hecho de que la carta de bebidas sea más larga que la de comida son buenas pistas. También los tiradores de los vinos que se sirven a copas y que, junto al cartel con los precios de las diferentes referencias, es lo primero que se encuentra uno el entrar.
Ya sea por la comida, por los vinos o por ambos, lo que está claro es que Glug ha empezado con muy buen pie. Un lluvioso jueves noche de finales de septiembre hay lleno, e incluso algún que otro curioso se asoma en buscar de mesa de última hora. “Es la novedad”, asegura con modestia, García.
Él viene de Direkte Boquería y ella era jefa de cocina en Hisop, dos de las casas más respetadas de la ciudad. Es solo la última línea de los impresionantes curriculums de esta pareja que ahora ha decidido iniciar su propio proyecto y de cuyas cabezas salen ideas tan ingeniosas como unas croquetas de macarrones.
Aunque es verdad que en la corta carta hay platos más interesantes, es imposible no detenerse en estas originales croquetas que, nos cuentan, surgieron charlando en el coche de camino a una calçotada. Parece una locura, pero explicadas tiene su aquel: los clásicos macarrones horneados con bechamel con su cobertura de queso gratinado, solo que aquí el crocante lo aporta la fritura exterior. Mirando alrededor comprobamos que no somos los únicos con curiosidad por probarlas.
Disponen de 200 referencias de vino y una carta breve, inspirada y arriesgada
Salvando distancias, recuerdan un poco a los arancinis italianos, sustituyendo arroz por pasta. Porque sí, aquí no hay metáforas ni trampantojos, sino unos señores macarrones. Lo de la referencia italiana igual no es casualidad porque Casella es de allí y seguro que también ha tenido mucho que ver en la versión de las olivas a la 'ascolana' (rebozadas) que aquí se rellenan también con pollo y se sirven sobre un jugo reducido.
Esa es un poco la idea: platillos pensados para compartir y montar un tapeo muy sugerente alrededor de las copas de vino. Por ejemplo, unas gambitas bravas, crujientes y muy ricas, servidas con una salsa de tomate que pide tener pan a mano. O una sopa de cebolla con botones de queso comté, para quienes ya estén pensando en clave otoñal. Más arriesgado es el curri de acelgas, donde los tallos de la verdura sueñan con ser espaguetis. Bien sean más sencillos o complejos, la verdad es que todos los platos destilan mucha personalidad y ganas de hacer algo diferente. Recurriendo al tópico, da la sensación de que ambos han creado el bar del que serían clientes habituales, aunque en este caso tengan que estar al otro lado de la barra.
Hay espacio para unas 35 personas, la mayoría en la coqueta barra que recorre el amplio local. También alguna mesa para quienes prefieran ese formato. El ticket medio anda sobre los 40 euros, aunque como siempre la bebida -con precios nada disparados y más de 200 referencias en carta de vinos, espumosos y también sidras- marcará el ticket final. Abren de jueves a lunes a partir de las siete de la tarde y los sábados y domingos también al mediodía. Un horario que, reconocen, también está muy pensado para que los domingos noches y los lunes quienes trabajan en hostelería tengan donde ir.
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