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Se pueden tardar semanas o meses a preparar una misión. Estudio de los horarios del personal. De los cambios de turno. De los mapas del subsuelo. Búsqueda de agujeros en la seguridad para poder entrar y salir sin ser visto. Esperar pacientemente el día y la hora más adecuados. Y una vez dentro, nervios, riesgo, adrenalina. Se mueven como ninjas por una ciudad subterránea, llena de ramificaciones y con una atmósfera y un silencio que parecen de otro planeta. ¿El objetivo? Dejar su marca. Conseguir pintar un tren y luego fotografiarlo significa culminar con éxito la misión.
Todos hemos visto pintadas en el metro, pero ¿qué sabemos de los grafiteros que se juegan la piel para practicar un arte ilegal y efímero que socialmente es visto como mero vandalismo? Para explicarlo, el fotógrafo Mark Madness –que formó parte de la comunidad grafitera– ha coordinado el libro 'Barcelona showdown' (Blood & Madness, 2021). Las fotos que ha hecho a lo largo de cuatro años acompañando los escritores de graffiti bajo tierra nos muestran cómo actúan, una realidad desconocida para la mayoría, y los textos del historiador del arte Jaume Gómez explican la evolución del fenómeno en Barcelona, del 1984 a la actualidad. El libro ya ha agotado su primera edición y Madness prepara la segunda.
Teniendo en cuenta la volatilidad de los grafitis, que duran sin ser borrados como máximo un par de servicios y que sobreviven solo gracias a las fotografías antes distribuidas en fanzines y ahora por Internet, sorprende la solidez del libro. Es un volumen de tapa dura, con papel grueso y espléndidas ilustraciones de Alejandro Alonso y diseño de Jaume Ricart. Hay, además de las de Madness, fotografías históricas de los grafiteros, que documentan sus obras sobre máquinas y vagones a lo largo de casi cuatro décadas.
"De pequeño me gustaban los trenes y mi hermana me llevaba a verlos", explica Madness. "A los 11 años, tenía unos colegas que firmaban en la mesa del cole y empecé a hacer firmas sin tener ni idea", continúa. Como tenía vías cerca casa, empezó a frecuentarlas con los amigos y así fue entrando en este mundo, primero pintando y luego ya dedicándose exclusivamente a la fotografía, como su admirada Martha Cooper, que documentó la escena grafitera de Nueva York en los 70 y los 80.
Ves este gigante de metal y parece que tenga personalidad
"Para según qué misiones tienes que estar preparado físicamente. Lo veo muy como el alpinismo, porque a veces tienes que descolgarte por muros muy altos y necesitas un equipo de escalada; entrar y salir es lo que más apasiona", confiesa. Una vez dentro, "ves este gigante de metal y parece que tenga personalidad, el silencio, el sonido del túnel, la atmósfera, toda esta intriga es lo que más engancha, más que el hecho de pintar", dice.
Pero, si lo que hace es anónimo y desaparece en poco tiempo, ¿qué es lo que busca el grafitero del metro? ¿Por qué se juega el tipo y se arriesga a denuncias y sanciones? "Busca una satisfacción personal, lo hace por sí mismo y si no termina pintando piensa que no lo ha conseguido, es una derrota", explica. Los escritores de grafiti no viven de su arte, todos tienen otro trabajo y, según Madness, forman una comunidad bastante diferente de los grafiteros de murales.
En Nueva York, el graffiti comenzó como uno de los cuatro elementos del hip-hop (grafiti, 'breakdance', 'deejaying' y rap) y en Barcelona se inició en torno al grupo de 'breakdancers' que bailaban en la estación de Universidad hacia el 1984. Madness ha entrevistado una veintena larga de artistas para documentar la evolución del fenómeno en la ciudad y reconoce que si ha tenido acceso a ellos ha sido gracias a haber formado parte de la comunidad. No habrían dejado entrar a un fotógrafo cualquiera. Con los textos de Gómez, seguimos también la historia del subterráneo en la ciudad, ampliaciones de líneas, cambios de convoyes, medidas de seguridad cada vez más difíciles de superar.
El graffiti no morirá nunca, porque la adicción es tan grande que está por encima de todo
En octubre de 2020 se detuvieron 99 grafiteros dentro la operación Despertar y se pidieron multas elevadísimas para cortar en seco las salidas de los escritores. Sin embargo, Madness opina que "el grafiti no morirá nunca, porque la adicción es tan grande que está por encima de todo". Pero parece una tarea imposible convencer a los ciudadanos que lo que hacen pueda ser un arte. "A mí me han dicho de todo y lo entiendo, porque se daña el metro, que es de todos, pero a la vez me gustaría que conocieran que es una pasión", asegura. Él mismo, a pesar de no pintar, se ha introducido en los túneles para fotografiar a los grafiteros. "Soy consciente de que estoy en un lugar donde no puedo estar, pero no estropeo nada ni hago daño a nadie, ni he tenido una pelea con los de seguridad, porque lo habitual es dejar de pintar y que te dejen salir".
"Hay sistemas de metro, como Roma y Bucarest, que no limpian", dice Madness. Y lo que quizá no sabe TMB es que muchos grafiteros pintan con pinturas que se van con agua a presión. "Los de seguridad lo saben porque no huelen", cuenta Madness, y es precisamente esta falta de olor lo que permite a los grafiteros pasar todavía más desapercibidos en los túneles. Aun así, los daños que motivaron la operación Despertar se valoraron en 22 millones de euros. ¿Es el coste real de estos daños? La comunidad sospecha que no, pero Madness prefiere no mojarse, ya ha hecho bastante bajando bajo tierra para contarnos lo que pasa en el subsuelo.