[title]
Érase una vez un final de siglo XX en el que la guitarra todavía era el símbolo rebelde por excelencia. En los bares todavía pinchaban rock y algunos grupos reciclaban etiquetas como el punk desde perspectivas comerciales descafeinadas. Entonces, The Offspring tocaba el cielo con los dedos, encadenando éxitos teñidos de descaro californiano. Aquella fórmula legendaria con tres décadas de pedigrí coronó el viernes por la noche del Festival Cruïlla, haciendo saltar y sudar a los milenials que todavía están en forma. Los temas del nuevo disco –'Let the Bad Times Roll'– son fieles a la fórmula de siempre, que en directo suena impecable pero se hace algo repetitiva. Quizá por eso intentaron oxigenar el recital con excesivos discursos en yanqui cerrado, tan innecesarios como las versiones breves de canciones de Guns N' Roses y Ramones, pocos segundos como un 'coitus interruptus' que no aportan nada. Por suerte, para salir de sus propias trampas, The Offspring sacaron a pasear su extensa nómina de 'hits' inmortales bien dosificados: 'Pretty Fly (For White Guy)', 'The Kids Aren't Alright' y, por supuesto, el épico 'Self Esteem' para despedirse. Como sentenciaba un compañero de generación, "esto era perfecto para la pubertad, para sacarlo todo fuera".
Si el miércoles había sido el rap y el jueves los aires latinos, el Cruïlla del viernes fue guitarrero. Franz Ferdinand también son leyenda porque ya en el siglo XXI consiguieron rascar todavía algún himno al rock. Más formales a todos los niveles que los californianos, la banda de Glasgow lució clase y solvencia. La gente aún no había llegado al escenario cuando sonaba 'Do You Want To', para empezar con el listón arriba. La formación liderada por el carismático Alex Kapranos no engaña a nadie, sin nada nuevo mejor, salen de gira con una recopilación de éxitos bajo el brazo, con el objetivo de hacer disfrutar al público que ha pagado la entrada. Canciones como 'Take Me Out' son de esos temas que deben escucharse en directo, al menos, una vez en la vida.
Otras guitarras y otras fórmulas. Sigur Rós ofició su habitual misa etérea entre un público fiel y algunos despistados que se quedaron boquiabiertos con sus falsetes. Mientras tocaba la guitarra con el arco del violín, una pequeña parte del público desertó en busca de fórmulas alternativas más festivas. Los más tronados encontraron hacia el final de la noche la combinación perfecta, el pop sinvergüenza de Ladilla Rusa capaz de hacer bailar a un muerto. Cómo se agradece un cierre así de divertido.