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He tenido la suerte de comer buen sushi en Japón, y puedo decir que en Barcelona hay barras donde se pueden engullir 'nigiris' que podrían pasar por obras de arte tokiotas. Pienso en los 'nigiris' de Mako (Consell de Cent, 255): generosos, supremos, para glotones. En los 'nigiris' de Shunka (Sagristans, 5), pura matemática y ciencia exacta. En los 'nigiris' de Wakasa (Nàpols, 287), tan perfectamente imperfectos, colosales, nipones de verdad... Pues bien, si el nivel ya estaba por las nubes, el restaurante Sato i Tanaka (Bruc, 79) ha dejado el listón tan alto que necesitarás botellas de oxígeno para llegar.
Cero mesas, dos barras, menos de 20 comensales. En cada barra encontramos un 'sushi master' diferente. Mr. Sato, en una. Mr. Tanaka, en la otra. Simetría pura y dura. Ambos trabajan solos, de cara al cliente, tan cerca de ti que podrás apreciar hasta el último detalle de las coreografías. En Sato i Tanaka los silencios son inevitables. Si tienes cosas importantes que hablar, déjalas para las copas; te costará Dios y ayuda apartar la vista de los fuegos artificiales que estallan al otro lado de la barra.
Los entrantes pasan rápido. El tofu de erizo, la flor de loto y las sepietas se volatilizan. Son los perfectos teloneros para el cabeza de cartel de este festival, unos 'nigiris' de otro planeta que saltan de la mano del 'sushi master' a tus narices: cocina milímetro cero. Sin soja. Y lo mejor será que prescindas también de los palillos. Con el índice y el pulgar tendrás suficiente para vivir una experiencia iluminadora con cada pieza. Y no es ninguna hipérbole.
En Sato y Tanaka cada 'nigiri' es un acontecimiento. Una piedra preciosa tallada sin prisa. Locura desatada con el 'nigiri' de navaja. Lágrimas con el de toro y el de anguila. Rendición absoluta con el de gamba roja (¡con el polvo de su cabeza por encima!).
El mago de los cuchillos se mueve como un actor de 'kabuki': captura los ingredientes con movimientos hipnagógico y los mima; extrae el arroz de una misteriosa caja de madera; esculpe y barnizar cada 'nigiri' como si fuera el último de su vida... El nuevo proyecto de la familia Can Kenji-Aiueno es mucho más que un restaurante, es un estado de ánimo. Cuando sales del restaurante te golpea la sobredosis de realidad: Tsukiji se ha transformado en el Eixample. Se acaba el cuento de hadas.
Experimenta los sabores del país nipón con alguno de los mejores restaurantes japoneses de la ciudad.