Rosalía cierra el Primavera Sound 2023 mostrándose icónica y próxima a la vez

Rosalía dijo que el Primavera Sound era su festival. Que era el festival donde venía a "ponerse fina" y que cuando vio el concierto de Grace Jones –eso fue en el 2017, cuando presentó 'Los Ángeles'– soñó que ella también era cabeza de cartel. Ya lo fue en el 2019, con 'El mal querer', y lo ha vuelto a ser ahora, con 'Motomami'. Una 'headliner' aún mayor, si cabe, teniendo en cuenta su recorrido en los últimos cuatro años. Aún no sabemos cuál es su techo.

Venía de triunfar en Coachella y en Ciudad de México, donde congregó a 160.000 personas, y a nosotros, que la hemos visto crecer, no nos importaba esperar hasta las dos de la madrugada para verla entre la multitud ingente, porque entendíamos que había recibido el honor de ser la artista principal que cerraba el festival (los conciertos continuaban, pero no los de la letra más grande). Y así la esperábamos los de casa, pacientes, guardando sitio entre guiris ruidosos, como aquellos viejos amigos que ven triunfar a un compañero de lejos, que ya no pueden acercarse, y que piensan que no se acordará de ellos.

Y Rosalia Vila Tobella podía haberse presentado así, como la gran estrella que es, y no habría pasado nada, la habríamos admirado igual desde la lejanía. Habría proyectado su imagen perfectamente icónica a través de las pantallas, se habría ido y la habríamos seguido amando con la misma intensidad. Pero no, la de Sant Esteve Ses Rovires decidió mostrarse vulnerable y expresar su emoción en catalán al público catalán, el que la ha visto crecer. La gran masa de público foráneo no entendía qué decía, obviamente, y eso inoculaba cierta justicia poética al festival. Volvíamos a tener una artista de la casa (relegados normalmente a escenarios secundarios a primera hora de la tarde) en un escenario grande, en horario de máxima audiencia.

Milimétricamente coreografiado

El show es de una fuerza visual innegable. Minimalista y perfectamente coreografiado, amplificado por las pantallas verticales, que no retransmitían un concierto, sino que ofrecían pequeñas joyas audiovisuales. El sonido falló un poco al inicio. Le faltaba volumen, y ella se dio cuenta cuando se sentó al piano y tuvo que pedir que le subieran la PA. Era complicado ofrecer baladas a esas horas de la noche, especialmente cuando parte del público venía de bailar en la disco al aire libre de Calvin Harris, pero ella se mantuvo fiel al setlist.

Canciones bailables como 'Saoko', 'Bizcochito', 'La fama' y 'Despechá' funcionaron mucho mejor en este contexto festivalero, donde se habrían agradecido más piezas de este estilo, y una dinámica más fluida: a veces acorta tanto las canciones que cuesta acabar de entrar en el concierto. No hubo participación de Tokischa en 'Linda' (lástima, porque estaba en el festival), ni de Rauw Alejandro en 'Beso' y 'Vampiros', quizás porque el show está tan milimétricamente secuenciado que dificulta la improvisación. Sí sonó la abuela de Rosalía diciéndole aquello de "si tu ets feliç, jo també soc feliç", y ella había citado antes al abuelo Jaume diciendo lo de "que trista, la vida de l'artista". Fue antes de que entonara otra balada, 'Héroe', de Enrique Iglesias (Enrique Iglesias en el Primavera Sound).

La recta final, con 'Malamente', 'Chiken teriyaki' y 'CUUUUuuuuuute' sí fue para bailar, pero el concierto se nos hizo corto. Entonces sí, esa Rosalía que se había mostrado vulnerable se esfumó como el astro que es, dejando tras ella algunos recuerdos icónicos más. Y nosotros, orgullosos de haberla visto crecer, volvíamos a nuestras vidas de gente normal y corriente, pensando que quizás todavía está lejos de llegar a su cumbre –cuesta imaginar cuál será–, pero contentos y con la sensación reconfortante que todavía se acuerda de nosotros.

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