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Nervios. Quien había presenciado el concierto de los Alabama Shakes en el Cruïlla del 2016, sabía que quería decir lo de los temblores. Esa noche cortaron el silencio con una descarga de soul contemporáneo que te sacudía el alma. Brittany Howard, como maestra de ceremonias, nos hizo sentir especiales, nos cantaba a cada uno de nosotros, no se dirigía a una multitud informe.
Seis años más tarde, ya sin Alabama Shakes, Howard presentaba 'Jaime' (2019), su disco de debut en solitario, sobre la hermana que le enseñó a hacer canciones y que murió con 13 años. Como el disco es bastante introspectivo, había dudas de cómo iría el directo; nada llevaba a pensar que la de Athens se presentaría con una banda de soul-funk-gospel de ocho personas.
Y con esa banda hizo de todo. Por ejemplo, complementar su repertorio con versiones de Funkadelic, Jackie Wilson y Nina Simone, homenajeando los ríos de música afroamericana que le corren por la sangre y, quizás, también, por no tener que recurrir a piezas de Alabama Shakes, reivindicando con fuerza, de este modo, que el suyo no es un proyecto subalterno.
Hubo momentos intensos y delicados, momentos para la guitarra eléctrica, momentos para el órgano Hammond y también para las coristas. Y sus canciones pueden ir del funk psicodélico de 'History repeats' y '13th century metal' (la que repite 'we are all brothers and sisters'), a la ternura de piezas como 'Baby' y 'Georgia'. Remató con el 'Revolution' de Simone y la bonita luz del sol poniéndose detrás de los rascacielos enmarcaba unos instantes para el recuerdo.
Lorde: Preferimos el melodrama
Poco después aparecía la neozelandesa Lorde (que no se dejó hacer fotos), con luz todavía sobre el escenario. Junto a The Strokes, era una de los cabeza de cartel de la noche del sábado, pero la tibia recepción de su tercer disco 'Solar power' (2021) mitigaba un poco el entusiasmo. Lorde canta un pop excéntrico, melodramático, que saca lo mejor de sí misma cuando lo utiliza para exorcizar sus demonios interiores. En cambio, 'Solar power' parece hecho desde una hamaca, como si tomara una caipirinha, y el resultado tiende a blando, a melifluo.
Sin embargo, la propuesta escénica resultaba interesante. Unas escaleras apoyadas en una circunferencia que iba cambiando de posición y un gran sol de fondo servían de decorado a unos músicos hieráticos, que de entrada no tocaban los instrumentos, e iban vestidos como en una peli de Wes Anderson. Parecían una secta de adoradores de puestas de sol; se nos escapa la dimensión irónica de la propuesta, pero de entrada ya era algo distinto.
Por suerte, Lorde supo llevar el concierto al registro festivalero, se confió a las bases contundentes para conducirlo hacia el éxtasis de los hits de siempre, los más celebrados, 'Royals' y 'Green light', con el momento baladístico para 'Liability'. Las canciones del nuevo disco no acabaron de brillar –la misma 'Solar power', tan básica, promete un éxtasis que nunca llega–.
Por suerte Lorde supo conducir el concierto con destreza y sacarlo adelante, tiene esas aristas que hace que un artista de pop sea especial, una rareza única, irrepetible. En su caso, brillan cuando exterioriza el conflicto interior y lo hace estallar con sintetizadores y bases potentes, mucho más que cuando pasea descalza por la playa frente a una puesta de sol.