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La leyenda de Sant Jordi en la pastelería Brunells sabe a mantequilla triunfal, frambuesas y agua de rosas. Y se come. Por Sant Jordi, la pastelería más icónica del Born se saca de la manga una criatura nueva: el cruasán-dragón. Un dulce de relleno y fantasía en cada bocado, con una base de receta que ya fue coronada como el mejor cruasán artesano de mantequilla de España no una vez, sino dos (2020 y 2024, por si alguien quiere tomar nota). Cuesta 5,10 €.
La corteza, esponjosa y llena de capas como un buen thriller, esconde un corazón dulce y un pelín épico: crema de agua de rosas y frambuesas, en homenaje explícito a la sangre de la bestia. Es un guiño a los románticos, a los mitómanos y a la clientela habitual del obrador, que hace tiempo que no se conforma con un croissant de toda la vida. Pero en la Brunells no se viaja solo para ver morir a mordiscos dragones azucarados. Vuelve un clásico reciente de la casa: la rosa cruasán, una flor de hojaldre con manzana y baño de frutos del bosque, que es más bonita que muchas de las que se venden en macetas de plástico y dura más que ciertas parejas.

Y para los que prefieren Sant Jordi con libros y pasteles –¿por qué elegir?– llega el libro pastel: planchas de bizcocho, crema de mantequilla con praliné de avellanas, limón y una fina capa de yema de huevo. Se presenta en formato individual, pensado para devorarlo en un banco del Passeig del Born mientras avanzas capítulos con las manos pegajosas y el corazón contento.
El capítulo salado lo firma el pan de Sant Jordi, un clásico que huele a horno de piedra y fiesta mayor. Con queso, sobrasada y nueces, es una senyera comestible que no pide ni jamón ni vino: se aguanta solo. A correr, que estos dragones irán en edición limitada.