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Un lenguaje que se va perdiendo
Me llega el siguiente mensaje al móvil: “Por cierto, hace tres días vi ‘Wildlife’, de Paul Dano, en el festival Americana. Cuando salga en los cines la tienes que ver. Mola mil”. Me lo envía un joven y talentoso director, le agradezco y me apunto su recomendación, lamento no haber pasado por el festival Americana tanto como yo hubiese querido, y me quedo con la penúltima frase y, concretamente, con el primero de sus verbos: salir. ¿Desde cuándo las películas ya no se estrenan, sino que... salen? ¿Qué ha pasado con el verbo estrenar y su íntima relación con el cine, con las novedades cinematográficas? Una vez más, ¿son signos de estos tiempos? ¿Es un empobrecimiento del lenguaje en general o son los cambios de costumbres en el público, que ya no tiene en los estrenos en las salas la única manera de disfrutar una novedad? ¿Existen más palabras, verbos y expresiones que, como en el caso de estrenar, corren el peligro de no ser nunca más usados por las nuevas generaciones de espectadores?
¡Adiós, acomodadores!
Si empezamos el repaso, los primeros que sufrieron los recortes laborales, y eran figuras muy identificativas de los cines, fueron los acomodadores. Dejo que algún o alguna millennial grite un WTF bien sonoro. ¿Quién diantre son los acomodadores? Mira por donde, eran aquellos hombres o mujeres con uniforme que te acompañaban hasta tu butaca, después de preguntarte lo siguiente: “¿Y por dónde quiere sentarse usted? Quizá por el centro, que lo verá mejor”. Si la sala estaba a oscuras, con linterna. A veces se llevaban una propina. Algunos de ellos ponían la mano antes de que tú decidieras si recibirían las monedas de gratificación. Algunos protestaban en voz baja si tenían que regresar hasta la puerta de inicio sin un poco de calderilla tuya en su bolsillo. Entrañables.
En la taquilla se cocían muchas historias
Los taquilleros y taquilleras, hoy en día, aún están ahí, pero a menudo tienen la competencia (¿desleal?) de la venta anticipada y de las máquinas expendedoras de entradas. Cuando era joven, trabajé en varios cines repartiendo postales de pelis, y, entre sesión y sesión, mantenía largas conversaciones con el personal de las salas: desde la taquillera veterana del cabello cardado hasta el acomodador que siempre mascullaba o al chico joven que cortaba las entradas. La taquilla era una inacabable fuente de anécdotas y situaciones curiosas. Como una especie de confesionario para solitarios. Si veían al cliente muy despistado, desde detrás de la ventanilla funcionaban como recomendadores. “¿La quiere de amor, señorita?”. “¿Le gustan de aventuras, caballero?”. “El film es muy bonito, y Richard Gere también”.
¿Todo esto también desaparecerá?
Ya se terminó eso de poner cortometrajes antes de los estrenos. Sólo los habituales del Phenomena de Barcelona saben lo que son las películas de 35 o 75 milímetros. Pocas son las salas que aún tienen cortinas delante de la pantalla. La peña pone los pies encima de la butaca, habla durante la proyección y mira el teléfono, pero de todo esto, viejo cascarrabias, ya me he quejado aquí mismo. ¿Qué otros términos cinematográficos han desaparecido o tienen pocos años o unos meses más de vida? ¿Proyeccionista? En breve, existirá una única central mundial de proecciones, instalada en un bonito paraíso fiscal lleno de palmeras y de millonarios en shorts. ¿Entrada? ¿Será, en un futuro cercano, todo electrónico, a través del móvil? ¡Ay, pobres abuelitas y abuelitos! ¿Alguien recuerda la expresión sesión continua?