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Otro tipo de festival es posible. Antes de franquear la puerta del Festival Cruïlla ya entendemos que las cosas funcionen diferente respecto a otros macrofestivales. El personal de acogida es muy amable, los guardias de seguridad sonríen y hacen chistes mientras registran las bolsas en la entrada. Escala humana en la segunda noche del Cruïlla, jornada protagonizada por algunos de los mayores referentes de la música latina, Omara Portuondo, que actuó con las últimas luces del día en el escenario Vueling, y Rubén Blades, que acompañado por la Roberto Delgado Big Band, se montó un gran autohomenaje en el Escenario Estrella.
Humilde, Blades empezó su show con homenajes. Imágenes de referentes de la música española que le han marcado, desde Lola Flores a Rocío Jurado, pasando por Camilo Sesto, Nino Bravo y otros caras que desfilarán por la pantalla. Elegancia natural, también se quitó el sombrero para saludar a los compañeros con los que comparte cartel, especialmente reverencial hacia Portuondo, pero también hacia Los Van Van que habían arrancado la jornada sobre las 18 h. Blades estuvo a la altura, didáctico y charlatán, incluso con un punto de solemnidad, dio una clase magistral de fusión caribeña, desgranando el concepto estrella de la gira, la 'Salsaswing' que da título al nuevo disco. Los grandes temas de su repertorio terminaron de levantar el ánimo del público, sobre todo el más esperado, 'Pedro Navaja'. Gente bailando salsa, una decena de afinadísimos músicos en directo, realmente una experiencia diferente a los tiempos del autotune y la música 100% enlatada.
Lo que no cambia son las superposiciones de conciertos. Antes de terminar Blades en la Estrella, hay que correr hacia el escenario Vueling, que comienza Rodrigo Cuevas, un registro diferente para una jornada protagonizada por los aires latinos (el rap había sido protagonista en la jornada inaugural de miércoles). Irrumpe al artista por las escaleras, como una vedete bajada de las montañas, el gran divo de la fusión electrofolk asturiana que se presenta vestido de negro, pantalón de pata de elefante estilo Las Grecas, jaqueta de flecos con la percha de Grace Jones . La carrera de Cuevas va como un rayo. Desde sus orígenes más cabareteros, ha evolucionado hasta lograr un registro vocal portentoso, único en su dominio de las tonalidades ancestrales. La etiqueta "agitador folclórico" se le queda corta. Total control del público, incluso puede permitirse basar buena parte de su concierto en temas inéditos. Con un catalán juguetón, y con su presencia de serpiente sinuosa, Cuevas baja en varias ocasiones del escenario para encontrar el contacto primigenio con el público. Telúrico.
Quizá faltarán algunos 'hits más'– deslizó 'Xiringüelu' y poco más–, y el sonido, sobre todo de la parte central del escenario, no fue el mejor. Sin embargo, dejó un puñado de momentos divertidos en los que también hubo espacio para el mensaje, la reivindicación de 'Rambalín', homenaje sentido a un transformista emblemático con trágico final. Pese a lo prometido, Cuevas no dejó que el recital acabara con una canción triste. Guinda final con el público entregado al baile, un calentamiento final que dejó a la audiencia con ganas de más. Una pena que los festivales no permitan realizar un bis 'ad aeternum'.