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"No, vivir en Barcelona no da alergia, se puede sobrevivir": y eso lo dice la influencer Laura Grau, muy de pueblo y poco de ciudad, mucho de mar y poco de edificio, y con mucha pena y poca ilusión por haber tenido que trasladarse a Barcelona por trabajo. Volverá a Blanes lo antes posible, pero reconoce que ha dejado de sentir aquella necesidad angustiosa de marcharse de la ciudad, y, aparte de sobrevivir en ella, por la forma en la que habla, podríamos decir que incluso ha encontrado el gusto de vivir aquí: en septiembre ya hará un año que no puede comer otro pan que no sea el del Baluard y que va a comer el menú de mediodía de sushi en el Katsuo de debajo de su casa.
Del mar a casa
La gente que siempre ha vivido cerca del mar interpretan siempre el papel de incomprendidos porque no podrían vivir en el interior –¡lo sentimos, pero realmente es así!'–, y aunque Laura acabó en la Barceloneta porque es donde encontró un alquiler asequible, también encontró el mar. Este 'horizonte de calma' la hace sentir como en casa, y aún se sintió más del barrio cuando vio los portales llenos de plantas y las calles peatonales, que la tienen enamoradísima, y la gente que tiende la ropa y saca mesas y sillas, y se sientan y charlan. Es la otra cara de una Barceloneta con gentrificación y turismo, que ha hecho que la zona tenga mucha identidad, con vecinos que cuelgan banderas del barrio en los balcones y se unen contra el ruido y la especulación inmobiliaria: "El prejuicio de que la ciudad es hostil y que no puedes hacer comunidad es mentira… ¡al menos en la Barceloneta!".
La playa
"Hay cosas que la gente de pueblo creemos que solo pasan en el pueblo, pero también pueden pasar en los barrios", dice. Pasar el rato sin consumir es uno de ellos, y por eso Laura valora la playa como "uno de los pocos espacios que nos quedan para disfrutar de ocio gratuito y libre". Con vistas y mil posibilidades de diversión a pie de arena, Laura se siente como en casa. Tanto si se queda en Barcelona como si va varios kilómetros más arriba, a orillas del mismo mar.
Bro Barceloneta (Baluard, 34)
El típico grupo de colegas brother-from-another-mother creó ese local desde cero. "La hamburguesa, el pan y las patatas son buenísimas, y aunque no tenga terraza y sea pequeño, ¡es muy acogedor!".
Bar Jai-ca (Ginebra, 7-9 y 13)
Es el típico bar de siempre para ir un domingo tonto o para llevar a los amigos que vienen de visita: "Son muy simpáticos, calidad precio está muy bien y satisfacen tanto a los turistas como a la gente del barrio".
La Garba (Maquinista, 19)
Le recuerda a la librería que habría en un pueblo. "Tienen una línea editorial clara, hacen presentaciones y se lo curran mucho", explica. Se define como una librería pequeña, pero valiente: los álbumes ilustrados, y los libros de feminismos y LGTBI+ son sus pilares.
Floristeria Lola (Baluard, 44)
Es de toda la vida, y le ha comprado a Lola todas las plantas que tiene en el balcón. "Yo no tengo ni idea, pero por suerte ella sí! ¡Seguro que os puede recomendar alguna que no se le muera al cabo de cuatro días como me pasó a mí!".
Cafès Salvador (Maquinista, 15)
Gran parte de la autenticidad de la Barceloneta se concentra en este rincón: tuestan café desde 1956 y tienen unos 50 tipos de caramelos diferentes y galletas, y cuando es Navidad, ¡turrones de especialidad! "Es mítico y curiosísimo, yo pensaba que estos sitios ya no existían!"