[title]
Nick Cave y los Idle ofrecieron dos espectáculos mayúsculos en la última jornada del primer fin de semana de esta edición de aniversario del Primavera Sound. Fueron dos conciertos esencialmente diferentes en las formas, pero que comparten un mismo fondo, una visión de la música como vehículo no solo de divertimento, que también, sino de transformación personal y comunitaria, de acto emocional colectivo, y, permitidme el palabro, de curación. No entienden ni uno ni los otros sus directos sin la comunicación constante con el público, que pasa de ser mero espectador, a una parte indisoluble del espectáculo.
Impecable a sus 64 años, Nick Cave es un dios que se deja tocar, que te canta mirándote a los ojos, ya estés en la primera fila o a 600 metros del escenario. Se presentó en Barcelona apenas un mes después de la muerte de su hijo mayor, noticia devastadora para cualquier padre, mucho más si se tiene en cuenta que el artista australiano ya perdió a uno de sus gemelos en 2015. Después de un inicio apabullante con 'Get ready for love' y 'There she goes my beautiful world', el músico se fue adentrando en temas más intimistas hasta alcanzar uno de los momentos más bellos y tristes del festival: su dedicatoria de 'I need you' a sus dos hijos perdidos. Los versos finales 'Just breath, just breath' sonaron tan sobrecogedores que fue realmente difícil evitar que cayeran las lágrimas. Muchos no lo hicieron.
Pero Cave y The Bad Seeds no pretendían abandonarnos en las noches oscuras del alma, y con la participación de tres coristas que aportaban un aire gospel a las canciones convirtieron el concierto en una celebración de la vida, que, con sus abismos, amenazas y dolores, también ofrece una extraña belleza que nos empuja a resurgir incluso de las más abrasadoras de las cenizas.
Unos minutos después, en el escenario Cupra, el grupo británico-irlandés Idles demostró por qué está llamado a convertirse en uno de los grandes referentes del rock de esta época. El grupo liderado por el carismático John Talbot –con Mark Bowen, uno de los guitarristas, ataviado con un vestido que sacó probablemente del armario de su abuela– dieron un recital de cómo suena la rabia de la clase obrera en UK con himnos como 'Mother', 'Divide and conquer' y 'I'm scum'.
Las consignas de 'Fuck the queen' lanzadas por Talbot fueron coreadas con entusiasmo por un público entregado a los riffs ultra adrenalínicos en saltos y pogos que nos hacían olvidar que solo hace unos meses se hablaba de eso de la distancia social. Los dos guitarristas de la banda se adentraron en el público –en el caso de Lee Kiernan llegó a estar literalmente en el medio de la gente–, mientras, a mitad de 'I love you', hacían versiones de 'Nothing compares to you', 'Wonderwall' de Oasis y, alerta, 'All I want for Christmas is you'. Porque esta banda, que se proclama antifascista y antimonárquica, no deja títere con cabeza, pero, además, sabe cómo es de importante divertirse.
¿Tú crees en el poder transformador del rock? Ellos sí.