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No es ningún secreto que el bar y coctelería Trikini prepara unos bocadillos suculentos, deliciosos y de un hedonismo extremo: casi medio metro de pan de molde con pollo al ast, lechuga, huevo, tomate, romesco y gouda. Y el local tiene un interiorismo excepcional: a medio camino entre los mimbres caribeños estilo 'Emmanuelle' y con guiños a la España más casposa y divertida de los ochenta y noventa. Te zamparás tu bocadillo entre objetos en exposición como ¡un bañador de slip de Santiago Segura en 'Torrente' y otro de la Pantoja!
Pero tras esta fachada divertida se esconde un secreto... todavía más divertido.
En el sótano del bar acecha Picina (sic), un bar con pista de baile que reproduce una piscina cubierta. Sin agua, claro. El lugar está de lo más logrado, e incita a la juerga y el cachondeo tan solo poner los pies: la barra reproduce ese desagüe de plástico que tantos resbalones y costaladas nos regaló en nuestra infancia, las luces del techo son boyas iluminadas simulando carriles, y un proyector reproduce el efecto de los reflejos del agua en las paredes.
"El efecto de estar en una piscina es total, es lo que queríamos", explica uno de los socios de Trikini, Frank Domínguez. "Este es un espacio ideal para montar una fiesta privada, y para que vengas en camiseta, chanclas y bermudas", prosigue (lo cual convierte a Picina en la única 'discoteca' en la que entrar con chanclas no está prohibido sino promovido).
Los afortunados que traspasen su puerta serán equipados con churros de gomaespuma, flotadores e incluso pistolas de agua si es una fiesta privada. Pero si no hay evento reservado y sois buena gente, si lo pedís de buen rollo podréis bajar a la Picina a tomaros un buen cóctel. Y quien sabe, a lo mejor, hasta mojaréis el churro. "Lo que pasa en la Picina se queda en la Picina", dicen.
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