[title]
'El día del Watusi', por fin, llega al Teatre Lliure. Su director y adaptador, Iván Morales, lleva años con el proyecto de la versión de la novela de Francisco Casavella bajo el brazo. Ha luchado contra viento y marea para hacerla posible y cuenta con un reparto, capitaneado por Enric Auquer, que es Fernando Atienza, el protagonista total, y acompañado por un grupo de actores y actrices de primera: Guillem Balart, David Climent , Bruna Cusí, Raquel Ferri, Vicenta N'Dongo y Xavi Sáez. Auquer y Cusí nos cuentan esta maravillosa aventura.
¿Habíais leído la novela antes de que Iván Morales os enrolara en este proyecto?
Enric Auquer: Sabía que había existido Casavella y que existía 'El día del Watusi', porque tenía amigos que le habían leído. Pero yo no, no lo había hecho, ni conocía su universo. No sabía de la épica del personaje.
Bruna Cusí: Yo no sabía nada. Cuando Iván empezó a hablar de ello, había gente que me decía: sí, está muy bien este libro. Fue abrir una nueva puerta.
¿A dónde conducía esta puerta?
B.C.: A una Barcelona... uf.
E.A.: Yo me he quedado muy sorprendido, muy alucinado. Estoy aprendiendo mucho, a unos niveles... Me interesa mucho lo que explica y cómo lo explica. Es muy complejo. He tenido que detenerme en muchos momentos. No he podido leerlo del tirón. A veces me he enfadado con él. Pero otros he visto una mente privilegiada que hace un retrato muy esmerado y muy personal sobre la Transición. Creo que lo he entendido más interpretándolo que leyéndolo. De qué va y qué quiere contar.
¿Y qué es?
E.A.: Este retrato del desclasado, la búsqueda del poder o de la necesidad de ser alguien o de tener un sitio. Y la pérdida y la destrucción del relato en sí mismo. Este personaje que acaba inventándose un imposible sobre lo imposible, y que el único idioma imposible es el imposible y que el relato que se ha contado para sobrevivir es una mentira. Cuando te das cuenta de que tienes que destruirlo todo para sobrevivir, que tienes que desmitificarlo todo, es increíble.
Esta lucha por ser alguien es mucho actor o actriz de teatro, ¿verdad?
B.C.: Y de buscar, de buscarse en la identidad de otros personajes, de entenderte a través de otros personajes.
¿Cuándo empezó el proyecto para vosotros?
E.A.: A mí Iván me habló de él hace mucho tiempo. Empezó a realizar la adaptación hace cinco años. Y el primer día que me dejó leer algo fue hace tres años buenos.
B.C.: Yo entré hace un año. Le faltaba una actriz que supiera tocar el piano y que hiciera algunos personajes. Yo le dije que no sabía tocarlo, pero que aprendería para hacer esta obra. Y es lo que he hecho.
Yo le dije que no sabía tocar el piano, pero que aprendería para hacer esta obra. Y es lo que he hecho
¿Cuesta mucho ver estas obras tan barcelonesas en Barcelona?
E.A.: El año pasado vi algo en el Espai Lliure, pero no recuerdo el título. Rescataban a un personaje de los años 70, cabaretista, gay... El 'Watusi' tiene este punto documental, de mostrarte una Barcelona que no conocemos.
B.C.: En la Beckett hicieron 'Diario de un fotógrafo', de Pablo Rosal, que me gustó mucho porque hablaba de calles y lugares donde te podías reconocer. Para mí esto como actriz es muy interesante. Y como espectadora.
En 'El día del Watusi' sale Barcelona entera.
E.A.: Vas de una punta a otra. De las casitas de Montjuïc a Torre Baró. Subes a Pedralbes, bajas a la Rambla y a la Barceloneta. La primera parte, 'Los juegos feroces' es como una trama de thriller con dos niños escapando del terror. 'Viento y joyas' es más política, con este Fernando que es una especie de 'pequeño Nicolás'. Y la última, 'El idioma imposible', ha quedado reducida a una historia de amor. Son tres etapas en las que ves tres Barcelones diferentes. Y tres idiosincrasias.
No lo está versionando de manera convencional, ¿verdad? Hay mucha música, 'performance'...
E.A.: Es una obra de texto. Hay mucho y es muy difícil de decir. Con mucha acción. Estamos en esa lucha de incorporar una banda, una catarsis como compañía. Es también una 'performance'.
B.C.: Hay 'spoken word', eso de tener el micro y tener que casi rapear. Poder decir el texto con una base musical te plantea el reto que llegue y te transporte.
E.A.: Luego está la voluntad del director de que todos los actores, salvo mí, que soy siempre Fernando, hagan muchos personajes.
B.C.: Es una obra muy coral.
E.A.: Y no todos los personajes secundarios van en la misma línea.
B.C.: A mí me está sacando de mi zona de confort, con personajes muy alejados de lo que he hecho jamás. La idea es invocar, hacer una suerte de ritual, de misa evangélica, que nos va conduciendo de personaje a personaje.
E.A.: La 'performance' que une los tres actos pasa por ahí. Somos como una congregación evangelista que toma el típico tipo destrozado y lo van conduciendo para que cuente su historia.
B.C.: Este coro quiere convertirlo en profeta.
La novela juega con la mitología del personaje y es, a la vez, un texto mítico de la Barcelona contemporánea (terminó de publicarse en el 2003) y Casavella también se ha convertido en un mito, ya que murió a los 45 años, en 2008. ¿Jugáis con esto?
E.A.: El mito del Watusi está ahí porque es la piedra angular de todo. Nosotros jugamos a la veneración de este Watusi, de esta iconografía, de la W que aparece...
B.C.: Hay un cierto homenaje a Casavella. Hay una serie de canciones referenciales...
E.A.: Existe la idea de acabar haciendo una catarsis no final, sino que va pasando todo el rato, y que significa que hay un legado, desde los Surfing Sirles a nosotros queriendo levantar la obra.
B.C.: Yo desconocía que fuera una novela de culto, que hay gente que se reúne en Montjuïc el 15 de agosto, el día del Watusi.
¿Aquella Barcelona de los 70 y 80 no está demasiado mitificada? Y el 'Watusi' la desmitifica, en cierto sentido.
B.C.: Casavella habla de la Barcelona de los márgenes, de todos los que perdieron.
E.A.: Acaba creando algo que parece una fábula. Y en toda fábula creas un código en el que acabas entrando, que se sexualiza, que se vuelve sabroso. Quizás caemos en el error de Kubrick con 'La naranja mecánica', que quería hacer un alegato contra la violencia y acabó ocurriendo lo contrario. No creo que nos pase... Yo me he quedado impregnado de la tristeza de Fernando. Hay momentos en los que me invade algo muy sentimental, de miedo, paranoia, la necesidad del amor. Es un tipo que escapa todo el rato. Y acaba siendo un antihéroe, algo épico.
Casavella habla de la Barcelona de los márgenes, de todos los que perdieron
Es la Barcelona de vuestros padres. ¿Lo habéis hablado?
B.C.: Yo tengo muchas ganas de que la vea el mío, la verdad.
E.A.: Mi padre siempre ha idealizado el pasado. Es de esos románticos que, al final, es más conservador que los de derechas. Mitifica el Barrio Chino, el puerto, las putas que corrían por ahí entre los 'marines' estadounidenses. Muchos puertos mediterráneos conservan todavía a esta canallesca, como Marsella, Génova, Nápoles... Barcelona tuvo una época así de heavy. Después, los catalanes lo hemos ido arreglando.
B.C.: Las olimpiadas lo cambiaron todo.
E.A.: Ahora tenemos una Barcelona de cara a la galería. Todo esto que está enterrado cuesta encontrarlo y vivirlo. Y todo es algo más triste.
B.C.: El underground siempre encuentra lugares donde nacer.
Sois dos actores que hicieron mucho teatro y que acabaron triunfando en el cine. ¿Es incompatible el teatro y el audiovisual?
B.C.: Es difícil de compaginar. A mí me gusta volver al teatro de vez en cuando. Para volver al suelo y poder trabajar en el sitio donde vivo. Hay algo que volver a casa... El teatro es más esclavo, te pone en un sitio más vulnerable. Ahora quiero a pequeñas dosis. El audiovisual te permite cambiar de viaje. En el teatro, el viaje es más profundo y te pide más tiempo.
E.A.: El teatro es sagrado. Es algo colectivo, que se hace con mucha energía, es un pacto, una necesidad imperiosa en la que te pones en riesgo. Es muy exigente. Es pura belleza. Me siento artista cuando hago teatro. Sólo lo hago cuando sé que puedo ponerme en riesgo de verdad. Esto es un salto al vacío.
B.C.: Totalmente.
E.A.: Aquí me estoy dejando la piel. No sé si me va a salir bien o mal. Estoy haciendo un acto de fe. Habrá momentos más o menos brillantes. Lo estoy haciendo como puedo con mis herramientas. Esto, en el cine, es más difícil... El teatro cuesta mucho más hacer, se gana mucho menos dinero y es muy sacrificado. Vuelvo siempre que puedo para poner los pies en el suelo.
Ahora tenemos una Barcelona de cara a la galería. Todo esto que enterrado cuesta encontrar y vivirlo. Y todo es algo más triste
¿Para hacer teatro debes renunciar a muchas cosas?
E.A.: Todo el rato.
B.C.: En el teatro te comprometes a muchos meses vista. De repente, te van llegando proyectos que no puedes hacer.
E.A.: He renunciado a muchas tonterías para hacer esto, a proyectos gigantes, donde hacía de protagonista y me pagaban una morterada. Con directores que me gustaban. Tocaba hacer esto. Estoy en un momento en el que me ofrecen muchas cosas y debo elegir.
¿Qué lugar ocupa en vuestras vidas, el teatro?
E.A.: Yo tengo dos hijos y conciliar el trabajo y la vida familiar es muy complicado. He decidido no realizar series porque cinco meses en la vida de un niño son como cuatro años en la vida de un adulto. Intento ver cómo compaginarlo bien todo. Como vivo en un momento de privilegio absoluto, puedo hacer dos películas al año y, con ello, puedo vivir tranquilamente. Intento tener más tiempo para estar en casa. Esto hace también que haga menos teatro.
B.C.: Mi caso es distinto. Primero porque soy mujer... Para mí, el teatro fue mi escuela. Aunque también he tenido mi escuela cinematográfica. Pero he encontrado un camino en el cine. Quizás sí que ha sido elegido, porque, gracias a Agustí Villaronga y Carla Simón, me enamoré del cine. Y he ido estirando del hilo. Para mí, el cine es mi medio. El teatro supone un riesgo, salir de una zona que más me cuesta. Si sigo haciendo es porque quiero mejorar como actriz y tienes que colocarte en estos lugares... Me decían que nunca haría audiovisual, y trabajo más en el cine que en el teatro. El teatro tiene esa cosa de familias y es más difícil entrar que en los audiovisuales. En el cine, una vez entras en la rueda, hay menos prejuicios.
E.A.: En el teatro aprendes mucho más. Se revisan textos todo el rato. Existen códigos más diversos. No se busca sólo la verdad. Y, sobre todo, se ensaya. En el cine, no.
B.C.: Depende con quien trabajas... Algo interesante del teatro es que aprendes mucho a que haya escucha. Siempre estás en presente. Y te sirve mucho cuando haces audiovisual. Porque, en ocasiones, en lugar de un compañero, te colocan una marca.
E.A.: Y la construcción de personajes. Cuanto más te alejas de ti, cuanta más máscara tienes, más funciona todo. En el cine, hay muy poca gente que construya personajes. Todo es más psicológico.
B.C.: El cine que se está haciendo ahora implica que los directores ya escogen a las personas que tienen la misma energía que los personajes. Hay poco que construir... Aquí, Iván me propone personajes que sería muy difícil hacerlos en el cine, porque hay cambios de género, de físico. El cine no te permite tan artificio. Es un trabajo más intenso de ojos, de mirada.
E.A.: Iván destruye los clichés.
El teatro es sagrado. Es algo colectivo, que se hace con mucha energía, es un pacto, una necesidad imperiosa en la que te pones en riesgo. Es muy exigente. Es pura belleza. Me siento artista cuando hago teatro
Ahora que ya estáis teatrales, ¿qué papel clásico os gustaría hacer?
E.A.: Yo haría un Woyzeck, un Hamlet. Me encantaría hacer de Hamlet.
B.C.: Yo quisiera hacer un Chéjov, un Tío Vania... Son personajes con los que me siento muy identificada.
E.A.: O un monólogo de Koltès.