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Enmarcados, como una obra de arte en un museo. Así se presentaron Nicolas Godin y Jean-Benoît Dunckel en la noche del viernes en el Sónar para interpretar en directo, de arriba abajo y en el mismo orden, su disco más emblemático, 'Moon safari', que tiene ya 25 años. Y si el Sónar ya ha cumplido 31, eso significa que los de Versalles forman parte de su ADN y de muchos habituales del festival, que han vivido la evolución de la música electrónica en paralelo, incluso algunos es muy posible que los hubiesen visto hace 14 años en el mismo festival.
Air prometían un safari lunar y lo consiguieron a través de las suaves texturas que proponían en ese disco de 1998 que iba a contracorriente, porque no empujaba, sino que te invitaba a relajarte, a abrocharte el cinturón y a dejarte llevar por el espacio. Concentrar toda la escena en el rectángulo blanco ayudó a enfocar los ojos hacia los instrumentos. Ayudados por Mikael Israelsson a la batería, Dunckel y Godin fueron desgranando riffs y melodías a los sintetizadores, el bajo y la guitarra, poniendo énfasis en la calidad más orgánica de su música.
Incluso la disposición de los instrumentos y la microfonía de la batería, iluminados por detrás, estaba pensada como una obra de arte. Ellos, vestidos de blanco, se limitaban a desempeñar el trabajo. Solo se permitieron un "bonsoir" entre tema y tema mientras interpretaban un repertorio que funciona como una suite y que probablemente se disfrutaría aún mejor en un espacio donde todo el público estuviera completamente dentro del concierto. Al fin y al cabo, en el Sónar de Noche se mezclan muchas sensibilidades diferentes, y el viaje espacial de una parte de los espectadores chocaba a veces con cierta ansiedad de quienes ya tenían ganas de fiesta.
Sin eclipsar a los músicos
Algunas piezas funcionaron más que otras. 'Sexy boy' se celebró como el hit que es, pero en 'All I need' se echó de menos la voz de Beth Hirsch. El riff de 'Kelly watch the stars' y el estribillo de 'Remember' volvieron a levantar al público, incluso la melodía naíf de 'Ce matin-là' se coreó como si tuviera letra. Las paredes del poliedro blanco mostraban visuales diferentes según la canción, pero todo de forma muy controlada, sin eclipsar nunca a los músicos, porque la gracia era ver cómo todos los sonidos se producían al momento y de forma artesanal.
Tras 'Le voyage de Pénelope', el grupo saludó y acometió varios bises de otros discos, entre ellos el famoso 'High school lover' y otras dos piezas cañeras, 'Don't be light' y 'Electronic performers', que compensaron la lentitud del clásico de la banda sonora de 'Las vírgenes suicidas', y que dejaron con la sensación de acabar de despertar de una especie de sueño dulce. Había que frotarse los ojos, ver dónde estábamos, y prepararse para ir a bailar con los ritmos disco de Jessie Ware.