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Uno llega al Bar Pinotxo a las doce y media del lunes y se encuentra cuatro taburetes libres. ¡Qué suerte! Pero es un espejismo; al cabo de diez minutos, ya hay una nutrida cola de turistas que se esfuerzan por sentar el culo. Pinocho, emblema de la restauración en la Boqueria, cerró a finales de febrero –por una disputa familiar– y reabrió en marzo.
Se ha hecho cargo el Bar Central, también de la Boqueria, que ha optado por una decisión muy sensata: han mantenido la estética y la marca. Y también han decidido no desvirtuar demasiado la identidad gastronómica de esta barra mítica, que abrió la madre de Juanito Bayén hace ochenta años. Al frente de la cocina se encuentra el chef argentino Aníbal Bonino– que ha trabajado, entre otros, en el Santo Porcello o en el Boliche de Sitges– y ha diseñado una carta donde hay un apartado de homenaje a los guisos que eran la marca de la casa: garbanzos con butifarra negra, callos y capipota, todos se pueden pedir en media ración y al mismo precio que cuando la figura magra en grasa (y obesa en simpatía) de Bayén trasteaba tras la barra.
Eso sí, por el camino se han perdido algunas recetas emblemáticas, como las judías de Santa Pau saltadas con calamares, y se ha uniformizado la oferta del Pinocho con el resto de barras del mercado. Es decir, lo que antes era un local donde las ollas hacían chup-chup de fondo de forma discreta, ahora exhibe aquellas montañas de patatas a punto de brava y croquetas que se calientan con a golpe de freidora. Es decir, exactamente las tapas que se espera un turista que visita La Boqueria: porque Pinocho sigue siendo lo primero que ves cuando entras en el mercado central de Barcelona.
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