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Lo habéis visto en muchas pelis americanas. Alguien entra en un bar oscuro y se pide una birra y un chupito de whisky o tequila. Bien, pues este ritual alcohólico –que era el trago favorito de Jack Kerouac, por cierto– es toda una institución en Lucky Schmuck (Joaquín Costa, 36). Este es el tercer bar que abre Two Schmucks del Raval (reconocida hace poco como la onceava mejor coctelería del mundo por World's Best Bars, nosotros ya os dijimos que molaba cuando abrió, en el 2016). Hace poco que Moe Aljaff –nacido en Oriente Medio, crecido en Suecia– ha abierto un tercer bar en la calle Joaquín Costa, entre la casa madre y el bar de bocadillos y coctelería Fat Schmuck.
Y lo dicho: cada día, de 18 a 20 h, hay 'happy hour'. Una birra top –media pinta de lager artesana local Caravelle, por ejemplo–y un chupito te salen por tres pavos. Si a eso añades un bocadillo tremendo, a cinco euros, sales comido y bebido –y algo de canto, aceptémoslo– por menos de diez pavos. "Nos dedicamos a la coctelería, pero cuando bebemos, casi siempre vamos de birra y chupito", ríe Aljaff.
Y ojo, cócteles a 6 en 'happy hour', luego a 8 y 9 euros. "Viví años en el Raval, y cuando estaba tieso de pasta, valoraba que con ocho euros me podía comer un menú del día. Por ese precio tendrías que poder beberte un buen cóctel", opina. Lucky Schmuck es un bar de esos que incitan a la borrachera corrupta y hedonista: todo recubierto de madera, neones, banda sonora roquera selecta, decoración bizarra (¡un cuadro de pantalla de Street Fighter¡ ¡Una cabeza de caballo sangrante¡...) y un arsenal de priva buena, a precio justo y sobre todo bien preparada (Kat, 'barwoman' del Collage, trabaja también aquí). "Después de dos años de mierda de pandemia queríamos un sitio que fuera una fiesta, relajado, para pasarlo bien", explica.
Lucky Schmuck está especializado en cocteleria a base de whisky: en una carta corta, por un lado, tienes los cócteles de tirador, a ocho euros, y a la izquierda los que no, a nueve. Los que ya vienen preparados son ideales como trago ligero después de trabajar. Los otros, más potentes, te pueden poner del revés. Y todos son una maravilla. Un ejemplo: el PB&J Sour (foto), whisky de centeno infusionado con mantequilla de cacahuete, con frambuesa, limón y huevo. Una visión juguetona, deliciosa y cachonda del Whisky Sour con un pie en el pisco, y que evita las ensaladas flotantes y los brebajes con pinta y sabor de Pato WC. Aquí se viene a beber, no a jugar con el set de té de la Bella y la Bestia.
Aljaff da buena parte del crédito de su éxito a las dos 'bartenders' jefas, las francesas Pom Modeste i Juliette Larrouy. "Mi socio, AJ, dejó el negocio de la hostelería, pero con ellas a cargo de cada local seguimos siendo Two Schmucks" ('schmuck' significa tonto del culo, la clase de persona que rompe algo solo para ver qué hay dentro).
"Si Two Schmucks está centrado en la bebida, el Lucky sobre se centra en la atmósfera del sitio", prosigue Moe. "Después de trabajar en hoteles de cinco estrellas, pensé: 'Por qué no mezclar la gran coctelería con el ambiente de un bar de viejos?". Está en el espacio que ocupaba la Taberna BJ, un bar de bocadillos clásico del Raval y conserva su rústico encanto. La comida es otro punto importante aquí: te puedes calzar un bocadillo impresionante –el Chopped Cheese, con boloñesa de ternera y queso fundido, clásico de NY, repito, a 5 euros en 'happy hour'– o tacos de bírria buenísimos. Carta corta y disfrutona, para ensuciarte las manos, a cargo de Zafa, la chef responsable de la comida de todos los Schmucks (los bocadillos del Fat son otra maravilla).
Lo bonito del pequeño imperio 'schmuck' es que un bar abierto por dos tipos con una inversión de dos mil euros y sin socios capitalistas ("nos planteamos si dos tipos con ese poco dinero podían abrir un bar en un país del que desconocen el idioma") ha llegado a los olimpos de la coctelería. Después de una fase de obertura precaria en 2016 –un bar con una nevera de cocina doméstica como estación y trastos recogidos de la calle– sucesivas reformas a base de martillazos llevaron a Two Schmucks a su encarnación actual.
En sus coctelerías, puedes entrar con bermudas y acabar la noche pegando gritos encima de la mesa. (Intenta eso en el Dry Martini, y lo siguiente que beberás será el café de máquina del cuartelillo).
Pero Lucky Schmuck esconde todavía más sorpresas: una sala de karaoke ("sin lista de espera: cada cuatro personas tienen 15 minutos y a gritar"), y un descenso de neón a los infiernos del lavabo, con bola de espejos incluida, y tazas de váter de prisión ("nos han costado una pasta, pero puedes hacer lo que quieras que no las vas a romper"). Un amigo escritor, buen conocedor de mesas y barras, me plantea una objeción: "no tienen ni la decencia de poner la carta en catalán". Bueno, las paellas del senyoret, explicadas en catalán perfecto y a 23 euros, gentrifican más que un bocata, birra y chupito a 8 en inglés, 'mon ami'. Bienvenidos a vuestro nuevo bar favorito.
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