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En 2014, cuando decir que croqueta gourmet sonaba casi exótico –pese a que la croqueta ya era reina de la tapa– Catacroquet aterrizó en Poblenou con una propuesta clara: convertirla en plato principal y elevarla en el podio gastronómico. Nada de sucedáneos congelados ni rellenos predecibles: salieron al ruedo con croqueta de calçots con romesco, de chipirones en su tinta, de gorgonzola con pera o de pollo al curri rojo tailandés.

Fue una declaración de intenciones, una cocina de barrio con técnica y producto, y diez años después siguen boleando a mano (literalmente) en el mismo local. Para celebrar este aniversario, instauran un menú degustación con grandes éxitos —por 30 euros, maridaje incluido— que se podrá disfrutar hasta finales de junio.
¿Qué croquetas se comerán en el menú?
El menú, que repasa una década de éxito sin pretensiones, arranca con dos de sus joyas croqueteras: la de mejillones gallegos en escabeche casero y la melosa de rabo de toro. Resumen su manera de trabajar: producto bueno, ideas claras y sabor por encima del artificio. Después llegan los huevos rotos con trufa negra y salamino trufado, un crêpe de kokotxas de bacalao al pilpil —rescatada de las recetas del padre de la chef— y un asado de cordero de Aragón a baja temperatura. De postre, pastel cremoso de queso de oveja Odre Can Pujol con mermelada de fresa casera. Como la croqueta, todo servido en formato individual para poder probarlo todo sin morir en el intento.

El maridaje demuestra que se puede maridar evitando los sablazos de 90 euros de las Michelin: vinos ecológicos seleccionados con conocimiento, que van desde un blanco sobre lías hasta un crianza riojano, pasando por espumosos y ancestrales de denominaciones como Terra Alta, Penedès o Conca de Barberà. Y de cierre, copa de gin tonic de cortesía.

Al frente del restaurante están Andrea Pérez-Lorente, fundadora del proyecto y motor desde el día uno, y la chef Andrea Zevallos, formada en Le Cordon Bleu y el Culinary Institute of Barcelona. Juntas firman una cocina casera y hecha con mimo, sin quinta gama, sin máquinas (más allá de la boleadora de croquetas).

Catacroquet vive una benigna contradicción: empezó montado en la moda de la croqueta, y con el paso de los años ha consolidado un proyecto que ha arraigado en la clientela local (un sábado a la hora del vermut, tienes que quitarte el boli para sentarte en su maravillosa terraza peatonal, en la primera superilla de la ciudad. Por cierto: ¿dónde están ahora, los haters de la Superilla? ¿Comiendo croquetas?). Diez años después, el proyecto se reivindica sin cambiar la filosofía: croquetas, platos de cuchara y un buen menú de mediodía. En un Poblenou tachonado de café caro specialty y brunch, eso ya vale un brindis.
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