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Cifras redondas que invitan a mirar atrás y hacer balance. Hace unos días, Eduard Fernández (Barcelona, 1964) soplaba 60 velas y celebraba los 25 años del estreno de su primera película, 'Los lobos de Washington'. Desde entonces, se ha convertido en uno de los actores de referencia del cine catalán y español. Ganador de dos Goya y cuatro Gaudí, su presencia en una película suele ir acompañada de elogios y aplausos a un trabajo siempre impecable. También la que hace ahora poniéndose en la piel de Manolo Vital, líder vecinal que a finales de los años 70 secuestró el autobús urbano que conducía y se lo llevó hasta su barrio, Torre Baró. Con ese acto heroico denunciaba el abandono de las periferias de una Barcelona que aún no había vivido las transformaciones olímpicas.
Firmada por Marcel Barrena (también director de Fernández en 'Mediterráneo', en la que interpretaba Òscar Camps, fundador y director de la ONG Open Arms), la fuerza de 'El 47' está en la poderosa reivindicación de la figura del Manolo Vital pero también de la importancia de la lucha comunitaria, de esas pequeñas revoluciones de los menos favorecidos para conseguir derechos que ahora nos parecen básicos. Y Eduard Fernández se suma a una causa justa, en una película que adopta formas de 'feel-good movie' sin maquillar la miseria ni quitar potencia al mensaje, poniendo en valor el papel de la migración en la construcción de la Barcelona que conocemos.
Creo que te has convertido en una especie de héroe entre los vecinos de Torre Baró, entregados durante el rodaje de 'El 47' pero también cuando fuiste con Marcel a hacer el pregón de las fiestas del barrio...
Fue muy bien el pregón. Me lo había preparado relativamente, pero tampoco tenía claro lo que diría exactamente. Pero con Marcel [Barrena] enseguida vimos que allí empezábamos ganando cinco a cero. Estaban completamente entregados, sí, muy ilusionados. Ya durante el rodaje, la implicación de la gente de Torre Baró fue absoluta. Están contentos de que se vuelva a hablar de Manolo Vital, al que quieren mucho. Ellos querrían una calle con el nombre de Manolo, sería precioso.
¿Por qué es importante contar hoy una historia como esta?
Dije lo mismo con 'Mediterráneo', porque ambas películas tienen algo en común. Nos gusta mucho quejarnos de las injusticias, pero utilizamos la excusa de que una sola persona no puede hacer nada. Y sí, una sola persona puede hacer muchas cosas. La de Manolo es una lucha esencial, una lucha por la dignidad. La personal y la de una comunidad. La dignidad de una gente que emigró de su casa, de la Extremadura de los latifundios, y no lo hicieron por capricho, lo hicieron por necesidad. Una gente que merece todo el respeto, y creo que está bien hablar de esto, tal y como está el país. Gente que se integró y que, con sus manos, construyó el barrio, y parte de Barcelona y Cataluña.
Nos gusta mucho quejarnos de las injusticias pero utilizamos la excusa de que una sola persona no puede hacer nada. Y sí, una sola persona puede hacer muchas cosas
Una de las cosas bonitas de la película es cómo refleja el uso de la lengua catalana como elemento integrador.
Es una de las cosas que me gustó especialmente para aceptar hacer la película. Con todo el respeto y que se entienda bien la palabra: yo quiero mucho a la figura del charnego. Una de mis espinas clavadas profesionales es no haber interpretado nunca a un personaje: el Pijoaparte [creado por Juan Marsé en 'Últimas tardes con Teresa']. Ya no puedo hacerlo por edad, pero sí he querido interpretar a Manolo, ese charnego que acaba hablando el catalán por amor. Más allá, es bonito que se normalicen las lenguas del estado español. Televisión Española no tuvo ningún problema en presentarla en versión original, sin doblarla. Porque no tendría ningún sentido. Es una película que habla de la integración, y que ocurre con normalidad del castellano al catalán. Tal y como hablaba Manolo Vital.
Una de mis espinas clavadas es no haber interpretado nunca al Pijoaparte
La película hace un guiño a un tal Pasqual Maragall, una figura política que, viendo el nivel general actual, se añora muchísimo.
Totalmente. Hombre, Pasqual Maragall hizo cosas realmente revolucionarias. Por su personalidad y porque probablemente no se doblaba a lo que supuestamente tenía que hacer. Iba un poco por libre. Y hizo algo muy bonito: se instalaba unos días en las casas de la gente para ver cómo se vivía en los barrios de la ciudad. ¡Es muy grande esto!
Es lo que se contaba en el documental 'Maragall i la Lluna'. ¡Qué personaje, Pasqual! Curiosamente, tú te has ido de Barcelona y vives en Madrid...
Sí, pero yo siempre tengo un pie en Barcelona, tengo casa, el piso de mis padres en el que nací. Últimamente, quizá por una cuestión de edad, o por la falta de mar y todo, me apetece un poco de gusto ir volviendo a casa a menudo. Es que Madrid tiene dos lados; uno muy atractivo y otro... un poco insoportable. A veces gana uno, y a veces gana el otro. Yo, en Madrid vivo junto a Ferraz, y me cruzo todos los días con estos que gritan 'hijos de puta' y tal. Y se hace un poco pesado...
Madrid tiene dos lados; uno muy atractivo y otro... un poco insoportable
La Barcelona que muestra 'El 47' ya no existe. ¿Cómo vería Manolo Vital la ciudad que tenemos hoy?
Me cuesta imaginármelo. En ocasiones se dice que ahora las cosas están peor que antes, que hay menos libertad. Yo sé que todo el mundo quiere ser original todo el rato, pero quizás no es necesario. Es evidente que estamos mejor que antes, y que existe más libertad que antes. Manolo Vital luchaba por tener agua corriente, luz, educación y transporte. Cosas muy básicas. ¿Cómo vería Manolo la Barcelona de hoy? No sé, porque también vivimos en un contexto en el que la extrema derecha a veces gana en los barrios periféricos. Algo que no tiene mucha lógica, pero que ocurre, es así. Sería bonito ver cuáles serían ahora sus batallas. Él remaba por el derecho municipal, para que las cosas en la ciudad funcionaran y fueran justas para todos, y para igualar el extrarradio en el centro de la ciudad.
Has interpretado a varios personajes reales: ahora Manolo Vital, pero antes también el Paesa de 'El hombre de las mil caras', el Millán Astray de 'Mientras dure la guerra', Òscar Camps en 'Mediterráneo' y a Enric Marco en el biopic que se estrenará a finales de octubre e irá al Festival de Venecia. ¿Supone una aproximación diferente al trabajo?
Un poco, sí. Vas un poquito más 'pillado'. Pide mucho trabajo, porque tienes que hacer una cierta imitación del personaje, tienes que parecerte, pero al mismo tiempo debe ser muy real, muy vivo, y también debes conseguir sentirte libre. Es un trabajo bonito, pero cuando encadeno unos cuantos personajes reales añoro hacer ficticios, para poder inventármelos sin condicionantes.
Entiendo que la responsabilidad también es mayor...
Sí, también. Es una cuestión de respeto hacia el personaje. Más allá de realizar una imitación más o menos ajustada, se trata de capturar el espíritu del personaje y su talante.
¿Existe una motivación extra al hacer personajes reales que lideran determinadas luchas? Pienso en Manolo, Camps o, sobre todo, Pere Casaldàliga que interpretaste en 'Descalzo sobre la tierra roja' (2013).
De entrada, yo no puedo hacer un personaje si lo juzgo. En este sentido, tenemos a Millán Astray, que es a quien podría juzgar más a la contra, por una cuestión ideológica. Pero encontré muchas cosas interesantes sobre él, con las que yo podía sentir empatía sacando el juicio de la ecuación. Solo así podía interpretarle. Si no, habría hecho un malvado sin matices, y no vale la pena. Entonces hay alguien como Pere Casaldàliga, que piensas que nunca llegarás a abrazar por completo, porque es inalcanzable. Pere es el personaje más grande que he hecho, y que probablemente haré. Porque yo con Pere... llegabas allí y te ponías a llorar sin más, sin saber por qué. Era algo físico, de energía. Y en este sentido, sí, cuando interpretas a gente que representa ciertas luchas, es muy bonito. Ahora, uno tampoco debe arrepentirse, y hay que mostrar todas las caras del personaje que haces. Si tiene algún punto chungo, también debe estar ahí. La humanidad es compleja, y no puedes hacer un retrato plano: este señor es muy malo y ese otro es muy bueno.
Existe cierta unanimidad a la hora de valorar positivamente tu trabajo como actor.
Esto está bien, esto está bien... Habrá alguien que no tanto, ¡eh! [Ríe]. Me gusta, pero a la vez me da igual. A ver, me gustan mucho los premios y que me reconozcan. Pero de cara al próximo trabajo, me da igual. Porque siempre tengo el mismo miedo, el mismo vértigo. Me dicen que seguro que lo haré bien, ¡pero yo no lo sé! Quizás hago una gran cagada. ¡Siempre te lo tienes que currar! Es verdad que el oficio te da unos mínimos, pero hay que trabajárselo.
¿El elogio constante debilita?
No, no, al menos a mí no. A mí el elogio me pasa bastante así [se pasa la mano abierta por delante de la cara a toda velocidad]. Ahora bien, si alguien que me ha visto haciendo un papel me dice que en ese momento o en aquella frase no estaba bien, no me lo saco de la cabeza, se me queda en la cabeza incrustado. Yo soy muy crítico y muy exigente conmigo mismo, entonces el elogio no me debilita en absoluto.
¿Y el ego como lo llevas?
Bien, lo tengo más tranquilo que nunca. Quizás por la edad o por el trabajo personal que también he hecho. Yo creo que lo peor de la humanidad es el ego. Después, tengo mucho sentido del humor, y esto siempre está bien, para equilibrar la cosa [Ríe].