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Hace unos días anunciábamos que la pastelería Triomf, en la rambla del Poblenou, había ganado el primer premio de la cuarta edición del concurso 'El mejor chucho del mundo'. Desde entonces, los amantes del dulce han enloquecido totalmente y han hecho multiplicar por cuatro mil la producción del establecimiento. Literalmente: de vender 20 chuchos diarios (y 40 los sábados y domingos), la pastelería agota existencias todas las mañanas, a pesar de preparar 800 al día. Lo explica Gisela Bellart, la pastelera al frente del local, quien comienza la jornada antes de las 6 de la mañana para intentar responder al incremento de la clientela que quiere comprar el chucho premiado. Bellart defiende que "nuestros clientes siempre han dicho que los chuchos de la Trimf eran los mejores del mundo", pero ganar el certamen lo ha confirmado y, ahora, la pastelería (parece) que se ha convertido en un punto de peregrinaje para los fanáticos del producto.
Según Bellart, el éxito del producto es la calidad de los ingredientes –harina, levadura, sal, azúcar y agua, con respecto a la masa, y leche, azúcar, yema de huevo, piel de limón, maicena y canela para la crema– pero también la mano del pastelero porque es "quien da forma a la masa y hace los chuchos uno a uno”. Otro elemento clave, explica, es que sea fresco, ya que "de un día para otro, la crema y la masa pierden sabor y crujiente". Sin embargo, reconoce que ha sido una variación de la receta la que le ha llevado el primer premio: más crema y una masa más fina. En las tres primeras ediciones, Gisela se había presentado en el certamen con la sensación de que "algo fallaba" y era que, tras freír el chucho, la proporción masa/crema disminuía.
72 años de chuchos en Poblenou
Hace 18 años que Gisela prepara chuchos en Poblenou. De hecho, pertenece a la tercera generación de la Triomf, que nació en 1952 de la mano de su abuelo, Antoni Bellart. Los padres del fundador eran carniceros y charcuteros, pero en 1933 pasaron el negocio a la segunda generación, que lo convirtió en una pastelería con zona de degustación, especializada en bombones, pastas de té y pasteles tradicionales. Desde entonces, hace 72 años, el local ha funcionado como una tienda y, al mismo tiempo, una pastelería. Gisela empezó trabajando en el comercio, pero con el tiempo decidió aprender el oficio en el obrador (estudió cuatro años de pastelería) porque tenía claro que alguien debía continuar el legado familiar.