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Nil Cardoner y Daniela Brown, de 26 y 27 años, son los actores más jóvenes del reparto de 'La gavina' ('La gaviota'), el clásico de Anton Chéjov que inaugurará la nueva temporada del Teatre Lliure, la primera con Julio Manrique al frente, que también dirige la obra. Se estrena el 3 de octubre, la podéis ver hasta el 3 de noviembre, y promete emociones fuertes. “¡Puto Chéjov!” (mirad el tráiler). Hablamos con ellos para saber cómo lo viven, qué piensan del choque generacional que plantea la obra y muchas cosas más.
Daniela ya está. Cuando llega Nil (viene de tomar un café en el bar del teatro), se abrazan y él le dice lloriqueando: “Estoy rrrrrebentado”. Risas de complicidad. A ella estos días no le toca, pero Nil compagina el rodaje de la serie de TV3 'Com si fos ahir' por las mañanas con los ensayos de 'La gavina'. Jornada laboral de 7 a.m. a 22 p.m. Se pondrán en la piel de Kostya y Nina, en la Sala Fabià Puigserver de la sede de Montjuïc. Ahora mismo no recuerdan cuántas localidades tiene: “¿Son 400, 600 butacas?”, “No lo sé, ¡mogollón!” (ríen). Se han hecho amigos preparando la obra y sintonizan mucho. Incluso comparten una playlist que los ayuda a entrar en las escenas.
¿Qué significa abrir la temporada del Lliure en la Fabià Puigserver, con un Chéjov, Julio Manrique dirigiendo, compartiendo protagonismo con Cristina Genebat, David Verdaguer, David Selvas y todo el equipo que hay...?
Daniela Brown: Para mí es un regalo. Tenía muchas muchas ganas de hacer teatro y hacerlo de este modo, con esta generosidad por parte de Julio, del equipo... estoy flipando. Lo vivo como una gran oportunidad para explicar una historia majestuosa, como es 'La gavina', desde un lugar muy honesto y muy fiel al teatro y a la historia del Lliure.
Nil Cardoner: Yo también estoy muy feliz, sobre todo porque el equipo es maravilloso. Hemos trabajado muchísimo desde el primer día, pero muy cómodamente. El Lliure, a pesar de ser tan grande, es un lugar muy familiar.
¿Cómo entrasteis al proyecto?
N.C.: Me llamó Julio y cuando le dije: “Venga, ¿cuándo hacemos la prueba?”, me respondió: “No, te estoy cogiendo”.
D.B.: Yo entré por prueba. Hicieron un casting abierto al cual se presentaron muchísimas actrices, porque la franja de edad iba de los 20 a los 29 años, o una cosa así... Hice tres fases, sin contar la primera que era presentación con video. Una era con Julio y parte del equipo de producción y dos más con Nil. Cada prueba duraba una hora y podíamos probar cosas. En teatro yo no había hecho esto nunca y ya sentí que estábamos asentando las bases del espectáculo.
¿Hacéis piña como “los jóvenes del equipo”? Bien, también están Clara de Ramon y Marc Bosch, de 29 y 30 años.
(Ríen)
N.C.: Es que hacemos la broma de que somos los jóvenes... y el Verdaguer.
D.B.: ¡Porque David Verdaguer está entre generaciones!
¡Aaaai, los 40! Pues... ¿como sección joven?
N.C.: Hemos hecho piña todos. Todo el mundo es muy compañero y muy amigo también, jóvenes o no jóvenes.
¿Notáis que hay choque generacional, como en la obra?
N.C.: No. Hay un poco, a veces, cuando hablamos de tapones generacionales y estos temas más complicados... pero es un choque bonito, desde el respeto. Nos entendemos muy bien.
D.B.: Yo creo que la generación más mayor está muy abierta a escuchar nuestra opinión. Nosotros obviamente que aprenderemos de ellos, pero ellos no han malgastado nada la oportunidad de que haya gente joven dentro de la compañía como para que se genere esta conversación transversal. Todo el mundo dice lo que quiere.
N.C.: Y muchas veces, inevitablemente, hablando de esto, acabamos hablando de 'La gavina'. Son conversaciones muy constructivas.
La generación más mayor está muy abierta a escuchar nuestra opinión
¿Habéis redescubierto la obra?
D.B.: Muchísimo. Y creo que haciendo funciones la seguiremos redescubriendo. Es de una profundidad, y de unas capas, infinita. Chéjov era un genio con esto. Subtexto, subtexto del subtexto... Y está muy viva. A pesar de que es de hace tantos años, resulta super actual y la adaptación ayuda mucho también.
N.C.: Sí. David Selvas el otro día decía que hay escenas que parece que no tienen fondo. Pasa en todas las obras, eh, que vas descubriendo, pero en esta en concreto vas descubriendo cosas cada vez más profundas. Es una obra en la que tienes que estar. Puedes estar mejor o peor, pero tienes que estar, si no ya no la estás explicando.
¿De qué os habla, a vosotros, 'La gavina'?
N.C.: Yo conecto muchísimo con mi personaje. Me ha venido en una época en que entiendo muy bien todo lo que le pasa. A Kostya le llegan unos extremos que, evidentemente, por suerte, no he vivido nunca, pero sí que habla de un momento de la juventud en que estás perdido, en que todo lo que te habías construido o todo lo que querías conseguir, o lo que pensabas que conseguirías, no llega. Y no llega porque es una idea. Entiendo este sentimiento de pérdida y soledad y estoy muy agradecido de poder explicarlo ahora mismo. Hace cinco años no lo habría podido hacer igual de bien.
D.B.: Empatizo bastante con esto. Mi personaje tiene que tener una ilusión y casi una inconsciencia ante el mundo que yo ahora, personalmente, no encuentro que tenga. Creo que estoy en un lugar más adulto. Pero bien, he transitado hace unos años, cuando empecé en el Institut del Teatre, con esta idea sobredimensionada de la profesión, del mundo del espectáculo, del arte. Ahora continúo teniendo muchísima ilusión y ganas, pero quizás veo más las grietas u otras cosas, sencillamente. Lo detecto y no me pierdo dentro de la nebulosa. A veces tú proyectas mil cosas pero no sabes nunca lo que te puede pasar en un futuro. Todos los personajes se encuentran en este momento de transición –de darse cuenta que lo que han proyectado no está sucediendo de la manera que esperaban– que hace que la obra sea realmente una bomba de relojería.
Habla de un momento de la juventud en que estás perdido, en que todo lo que pensabas que conseguirías, no llega
¿Cómo os habéis hecho vuestros a los personajes?
N.C.: Es que desde los primeros ensayos he sentido que las palabras me resonaban. No me había pasado nunca. Hay frases que incluso son muy poéticas y podría haber dicho yo mismo, con otras palabras. Hay un momento que habla de tener la sensación de ser viejo. En la época en que estaba perdido yo también tenía la sensación de tener que morir mañana. Como que, de repente, no hay esperanzas hacia el futuro. He tenido la suerte, la desgracia, lo que sea, que el material ya lo tenía, no lo he tenido que ir a buscar a otros lugares como actor.
D.B.: Nina es un personaje muy luminoso, con mucha capacidad de soñar y una gran esperanza. Y, en el fondo, también tiene una gran parte de inconsciencia que hace que se la carguen, básicamente. Es frágil, muy dependiente de su mundo emocional y fácilmente manipulable. Al inicio del proyecto yo estaba muy nerviosa. Pensaba, me han cogido pero ahora todo el equipo tiene que dar el visto bueno. Como al principio Nina también está muy nerviosa, hice un tipo de match y dije, estoy así, el personaje también está así, pues lo aprovecharé. Para arrancar me fue muy bien. Era una cosa física, de cómo tenía el estómago. Y después lo he trabajado leyendo mucho el texto, porque contiene siempre una gran cantidad de información, y escuchando mucha música. Lees una escena y de golpe dices, es esta canción. Tenemos una lista de reproducción muy amplia, desde Max Richter hasta Vivaldi, pasando por Hermanos Gutiérrez, Norah Jones…
Tenemos… ¿quiénes? ¿La compartís entre todos?
D.B.: Nooo, ¡Nil y yo! (ríe)
N.C.: Soy un poco 'boomer' con la tecnología y no sé hacer 'playlist'. Le dije si me la pasaba y le pido que añada…
D.B.: Nos ayuda sobre todo en la etapa de estudio, de soledad en casa. Estás sentado en una silla y a aquel personaje le está pasando de todo, y la música de alguna manera activa la sensibilidad.
¿Cómo estáis viviendo la experiencia? Siempre se ha dicho que Julio Manrique dirigiendo te aporta muchísimo, porque te da indicaciones pero espera mucho del actor.
N.C.: Julio agota todas las posibilidades de cada escena. No se casa con nada. Si le parece que nos estamos apalancando, o que se está apalancando él, enseguida propone una nueva idea, una nueva acción, una nueva intención, y agota todas las posibilidades hasta que al final tiene que quedar una, pero es una que cada día variará porque tenemos muchas capas, porque hemos pasado por muchos lugares. Es muy divertido trabajar así y me parece muy inteligente también. Creo que nos aporta una profundidad muy grande. Nos podemos mover muy bien sobre el escenario. Tengo la sensación que la tenemos muy cogida porque hemos pasado por tantos lugares que, aunque los dejáramos atrás hace un mes, están.
D.B.: Sí, pienso cómo Nil. Nadie me había dirigido así nunca. Nunca. Por el aprendizaje que decías, es como una manera muy amplia de trabajar, te da el espacio para que haya mucha posibilidad. Es mi primera sala grande, por lo tanto, un aprendizaje de apertura, de epicidad, ¿no? Creo que tiene una gran habilidad de concentración, de poder estar en mil lugares a la vez: está contigo, está con la visión panorámica del espectáculo, está con la parte poética, y con la estética, y con…
Julio agota todas las posibilidades de cada escena. Si le parece que nos estamos apalancando, o que se está apalancando él, enseguida propone una nueva idea
¡Y esta vez, que no actúa!
N.C.: No, si actuara ya...
D.B.: Tiene un cerebro privilegiado, Julio. Es impresionante. Yo hay ensayos que, obviamente después de haber visto a los compañeros, a veces lo miro a él y vas viendo como le van pasando las cosas por la mente. Es fascinante, como una obra aparte.
¿Qué temas generacionales toca la obra?
D.B.: Por ejemplo, la necesidad de encontrar un nuevo lenguaje. Creo que cada generación se encuentra con esto, para sentir “la identidad”. ¿Quién somos? ¿Qué hacemos? Nil, tú tienes esta réplica en la obra: “¿Quién soy yo?” Cada generación se lo pregunta y, si no se lo pregunta, vamos mal. Involuntariamente todo el tema de género –que nos atraviesa muchísimo a nuestra generación– está en cuanto a las tensiones entre personajes, el abuso de poder, cómo se coloca la figura masculina por encima de la femenina, por ejemplo, en Boris-Nina, pero de golpe también se puede tergiversar e Irina se pone por encima de Boris y hay una manipulación y un abuso de poder por parte de ella también. O la violencia: doméstica, verbal, psicológica... Creo que hay muchos puentes entre lo que planteaba Chéjov y la realidad de hoy. La historia se repite. Los humanos somos muy patosos.
Hay muchos puentes entre lo que planteaba Chéjov y la realidad de hoy. La historia se repite. Los humanos somos muy patosos
¿Qué más les diríais a los jóvenes para que vengan a ver 'La gavina'?
N.C.: La obra en sí está hecha para que vengan, habla de ellos. Ahora, ¿cómo hacer que vengan?
D.B.: El sistema aprieta y hay muchísima gente joven que sufre ansiedad. Creo que se pueden sentir muy identificados con esta cosa de nuestra generación de decir: ¿A dónde nos cogemos? No hay sentimiento de colectividad, todo el mundo va a lo suyo, las redes nos hacen dudar y nos bajan la autoestima... De alguna manera esto está dentro de la pieza y después, a nivel positivo, para entender que también puede haber color, alegría, ilusión. Quiero decir, la vida es blanca y negra y cuando antes lo entendamos todos, mejor. Y también para ver un clásico y por la curiosidad que les pueda generar ver la adaptación con actores de aquí. El formato es muy guapo, tiene mucha espectacularidad, y les puede impactar ver cómo está ejecutado. Yo voy a ver esto con 20 años y me impresiona.
N.C.: Es un dispositivo de esos que se recuerda, ¿sabes? Habrá gente joven que se querrá dedicar aún más viéndolo. Es de una estética muy bonita.
D.B.: Lluc Castells ha jugado mucho con la arquitectura del espacio. Es un espacio muy poderoso por la forma que tiene. No haremos un spòiler, pero explica mucho. La luz de Jaume Ventura también es espectacular... Todo son como capitas que explican la historia. Y nosotros, está claro.
N.C.: Y Damien Bazin, que hace el espacio sonoro…
D.B.: Una banda sonora que tenemos desde el primer día de ensayo. Mira, ¡a mí me va bien trabajar con música! Le decimos DJ Dami, ¡es que está allí!
N.C.: Es el DJ de las emociones. Una escena no te va bien y Dami hace…
D.B.: Tiiiiin... (canta)
N.C.: ... y la escena te va bien. Es así, sí.
¿Sentís que sois el relevo generacional de la escena catalana? ¿Los nuevos actores que están subiendo a los escenarios?
D.B.: No con conciencia profunda porque lo estoy viviendo ahora, pero de aquí a unos años quizás pensaré: “Allí empezaba mi carrera”. No lo sé, como esto también es tan cambiante y nunca sabes dónde puedes estar, me costaría decir: “Soy el futuro del teatro catalán”. (ríen). En la obra lo dicen del personaje de Nina y, cada vez que me lo dicen, pienso “Osti tú, ¡qué impacto!”, pero sí que lo veo con mis compañeros. Como Pablo [Macho Otero] y Emma [Arquillué], que tienen una compañía que se llama La Bella Otero y estarán aquí en el Lliure. Quizás son de las compañías jóvenes que están haciendo cosas interesantes y están explicando nuestra generación sin que nosotros seamos conscientes ahora mismo.
N.C.: A la vez, decir que “Sentimos que somos el relevo” a mí me pone en un conflicto porque, pienso, no sé si me considero eso (o si me quiero considerar eso), pero sí que quiero currármelo para seguir trabajando en un futuro. Aquí siento que estamos dando todo lo que podemos dar y que, si trabajamos así, en un futuro seguramente continuaremos trabajando.