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Han pasado diez años desde que irrumpió con '10.000 Km.', una película independiente de presupuesto pequeño pero de enorme alcance emocional. Y en esta década se ha convertido en un magnífico retratista de la cotidianidad, con otros filmes como 'Terra ferma' (2017) o 'Los días que vendrán' (2019). Pero Carlos Marques-Marcet (Barcelona, 1983) es, ante todo, un experimentador: en las formas cinematográficas, también en las investigaciones previas o en las formas de construir, desde el guión o cuando juega con sus actores.
Con su cuarto largometraje, 'Polvo serán', destroza cualquier expectativa hablando de temas como la muerte y la eutanasia desde el respeto, el sentido del humor y la danza contemporánea. Porque la trama está llena de canciones (escucharéis Maria Callas o Antonio Molina), de la música de Maria Arnal y de las coreografías de La Veronal. “La gente a la que no le gusta el musical dice que la película no lo es, pero la gente a la que sí le gusta dice que sí que es un musical”, apunta entre carcajadas. En nuestra larga charla, el director catalán sorprende al periodista con un brutal conocimiento del cine musical clásico. Se declara fanático de Charles Walters (“está a la misma altura que Stanley Donen, que Gene Kelly o que Vincente Minnelli, pero no sé por qué ha quedado algo más olvidado”) y de Mark Sandrich (“si no se hubiera muerto tan joven lo consideraríamos al mismo nivel que Lubitsch”), director de los mejores filmes de Fred Astaire y Ginger Rogers. Reivindica 'El cantor de jazz' (1927) y también la figura de John Murray Anderson: “Es quien se lo inventó todo en el musical tal y como lo entendemos en Broadway y en el cine, y dirigió una obra maestra absoluta, 'El rey del jazz' (1930)”, nos ilustra cuando le preguntamos por el número musical que ha rodado inspirado en aquellas coreografías de Busby Berkeley en filmes como La calle 42: "Anderson fue el maestro de Berkeley".
Este fanatismo por los musicales de los años 30 es una vez escondido de un Marques-Marcet que, con 'Polvo serán', explica la peripecia de una pareja, formada por Ángela Molina y Alfredo Castro. El personaje de ella sufre una enfermedad terminal, y decide no esperar a la agonía y adelantarse a la muerte. Lo que nadie espera es que su marido quiera acompañarla en un viaje sin retorno hasta Suiza, país que permite esta eutanasia compartida. Pero antes, el matrimonio tendrá que dar un último paso: comunicarlo a sus hijos.
¿Qué querías explorar con Polvo serán?
Los límites de qué es amor y qué es dependencia, y cómo se conjugan ambas. La película también se cuestiona sobre la condicionalidad del amor: ¿todo amor es incondicional? Qué es más importante, el amor hacia los hijos, el amor hacia tu pareja... Y, a su vez, es una reflexión sobre cómo podemos mirar esa cosa tan rara y absurda que es la muerte de uno mismo, que no es la muerte de otro. Porque la muerte de otro significa un duelo, algo que nosotros podemos gestionar de alguna manera, y que debemos hablar de ello... Pero creo que pensar en la muerte de uno mismo no es triste, yo creo que por esto nos ha quedado una película muy vitalista y muy cómica en este sentido, porque la muerte de uno mismo es algo muy raro, muy raro de imaginar y de poner en escena. Y cuando ves muchos documentales sobre la muerte asistida, hay muchos momentos muy cómicos: ¿qué día lo hacemos? Este viernes o... no, mejor el martes, ay no, que tengo un estreno en el cine, hagámoslo el miércoles (ríe). Y queremos explorar esa extrañeza, esa absurdidad, y aquí es donde la película se vuelve un musical. Intentan hablar de aquellas cosas a las que las palabras no llegan: con ritmos, con cuerpos, con emoción, lo que escapa de la lógica, que no podemos captar.
Creo que la película nace de un caso real.
De alguna manera, 'Polvo serán' ha nacido con 'Los días que vendrán', que era la cara B que habíamos hecho con Maria Rodríguez Soto y David Verdaguer. Habíamos estado explorando el inicio de la vida, a partir del embarazo que ellos estaban viviendo. E íbamos trabajando con ellos, con improvisaciones, explorando lo que les iba pasando (en realidad) aunque sus personajes fueran ficticios. De hecho, curiosamente, el título original de 'Los días que vendrán' era 'La gente se muere'. Y ese fue el título durante mucho tiempo que pensamos que quizá, por estrenar una película al respecto, no era el mejor título (ríe).
Y pasas de 'Los días que vendrán' a 'Los días que no vendrán'...
(ríe) 'Los días que no vendrán' me gusta bastante. Al final eran dos caras de la misma moneda. Tenía ese run-run en la cabeza y entonces unos amigos míos mayores, ella es actriz y él no, me explicaron que formaban parte de una asociación de muerte asistida en Suiza. La idea era que, cuando uno de los dos se pusiera enfermo, ambos querían ir juntos. Cuando me lo dijeron, me explotó la cabeza, precisamente porque sabía que no era ninguna broma. Y entonces los convoqué, quiero hacer una película con vosotros, tal y como venimos de hacer 'Los días que vendrán', de lo que está viviendo y de lo que queréis hacer. Entonces, con su hija, estuvimos un mes haciendo un taller de creación, y allí era un poco donde poníamos en escena, creando estos personajes, poniendo el cuerpo, leyendo mucho... Después, por muchas razones, acabamos convirtiendo el proyecto en el que ha terminado siendo 'Polvo serán'.
La muerte de uno mismo es algo muy raro de poner en escena
Culturalmente, hay muchos vínculos entre la muerte y la música...
Cuando te pones a investigar, existe una fuerte relación de Occidente con las danzas macabras. Todo te lleva un poquito hacia allá. No es casualidad, creo que la música nace casi como una respuesta a esto. Queríamos ser completamente honestos sobre cómo tratar la muerte. No se trataba de poner música para aliviar, sino, precisamente, para darle la entidad que necesita, ¿no? Era para tomárselo aún más en serio, ¡pero con humor!
Será una de las mejores formas de confrontar algo inevitable, del que huimos todo el rato. No hablamos de la muerte.
Me hace gracia porque vivimos como si esto no tuviera que ocurrir. Creo que, de alguna manera, el capitalismo actual ha construido un tabú en torno a esto. El del sexo se desmontó, pero siempre necesitamos un tabú, y el de la muerte es muy claro: es lo que pone de relieve la absurdidad de la acumulación, y del crecer, crecer, crecer... Hay un momento de la película donde la protagonista dice que la vida no debe servir para aprender nada, se debe vivir y punto. Obviamente no estoy al cien por cien de acuerdo a lo que dice, pero sí que hay algo real en esto. Incluso el conocimiento, el aprender, se ha convertido en un bien acumulativo. Pero es que al final... ¡te mueres! ¿El reto de la vida no debería ser, tal vez, el estar aquí y ahora? Hay una película de John Ford, 'El fugitivo', que me impactó de muy pequeño: hay un momento en que deben fusilar al personaje de Henry Fonda, y durante la última noche el guardia le ofrece tomarse un tequila juntos , y él contesta: 'No, I want to live my death'. Quiero vivir mi muerte. ¡Uau!
¿Una de las intenciones de la película es invitar a hablar de la muerte?
Sí, porque en el momento en que has comenzado esta conversación, se generan cosas a nuestro alrededor. Se genera lo común, se generan los afectos, que al final es lo que nos atrapa en la vida. Como se dice en la película: "esperamos un poco, quiero estar un rato más contigo, un poquito más". Yo creo que aquí, en este sentido, que si pudiéramos plantearlo sin miedo, se evitarían muchas tragedias. Creo que por eso hemos hecho una película muy vitalista, extrañamente vitalista (ríe). Porque creo que es absurdo mirar hacia otro lado, y que nos ayudará a estar a vivir con mucha más intensidad y poder reírnos un poco también.
Por tanto, has hecho una película provocadora: por un lado en el sentido de provocar cosas, de provocar conversación. Pero también porque es muy insólita, no se me ocurren películas similares.
La verdad es que sí, que cuando pensábamos en qué referentes tienes para hacer esta película... (hace una pausa y encoge los hombros con una sonrisa) No lo sé, los referentes son tan alejados respecto a lo que es la película película... de repente hablábamos de 'Intervista', de Federico Fellini, que piensas que qué tiene que ver... pero sí hay cosas. No sé, quizás los melodramas de Douglas Sirk o el cine de Vincente Minnelli. Y en la película también está la influencia de los inicios del musical, muy directamente entre 1927 y 1935. Ellos navegaban en unos terrenos desconocidos, no se habían hecho musicales antes. Y nosotros igual, nada se ha hecho así, y menos aquí. ¿Cómo saldrá? No lo sé, pero si no lo hacemos...
A ti te motiva el riesgo.
Me gustan mucho las películas que navegan sobre una cuerda muy fina. Quizá no funcionen, pueden fracasar en cualquier momento, pero me gustan. Hay gente que hace películas que van sobre seguro, incluso personas que hacen un cine, entre comillas, muy radical. Te pones a analizar la propuesta y ves que en modo alguno lo fracasará, porque no se arriesgan. En cambio hay directores y directoras que caminan sobre esa cuerda floja, y les admiro mucho.
Tú lo hacías con 'Los días que vendrán', que iba cogiendo forma durante el mismo rodaje. Y vuelves a hacerlo ahora.
Sí, el riesgo me gusta porque te obliga a buscar soluciones distintas a las que estás acostumbrado. Por otro lado, también te digo que me encanta fantasear con la idea de ser Yasujirō Ozu y hacer treinta veces la misma película, y hacerla cada vez mejor, hasta llegar a la perfección absoluta. Pero después mi impulso es otro. En todo caso, entre 'Els dies...' y 'Polvo serán', hay dos tipos de riesgo diferente. 'Los días que vendrán' tenía más que ver con hacia dónde nos llevaría aquello, no sabíamos qué pasaría, pero había una confianza en que al final algo saldría. También es verdad que teníamos mucho más margen para rodarla, al final filmamos durante sesenta días. Había el margen de las películas construidas con una narratividad más suave, más libre. Y es mucho más fácil caer de pie. Haciendo el cachondeo, las películas de Albert Serra caerán siempre de pie: las suyas son propuestas muy arriesgadas, pero es difícil que salgan mal, porque rueda tanto material que, con el buen gusto que tiene, puede montar lo que quiera, y es muy difícil encontrar algo que no esté bien. Para mí carecen de riesgo. En cambio, hay otras películas que dices... ostras, de esta cuerda floja es muy fácil caer: en el ridículo, o en el cliché, o en el sentimentalismo. Y cómo navegan esta fina línea es lo que a mí me fascina. Voces directores y directoras como Fassbinder, o Douglas Sirk, o Sean Baker. Van sin red y en cualquier momento pueden caer. Si ese día de rodaje lo has cagado, ya está, la película ya no funcionará.
¿Cómo ha sido trabajar con Ángela Molina y Alfredo Castro?
Lo bonito de trabajar con Ángela es que es todo un misterio. No sabes de dónde llegará, no sabes por dónde te saldrá. Y es bonito porque muchas veces, no sé si decirlo, pero parte del malentendido. Me pasaba que le daba indicaciones y no las entendía, y después de tres tomas decía: "ah, ahora entiendo lo que querías decirme" (ríe). Ángela tiene como esa capacidad de ir arriba y abajo. ¿Cómo lo ha hecho? Porque no es método, no está pensando cómo hacerlo... Simplemente le llega, está conectada con algo distinto. Y Alfredo... impone y no impone, ambas cosas (ríe). Él es maestro de maestros. En Chile ha sido director teatral, y ha formado a muchos intérpretes que ahora son los profesores de la nueva generación de actores. Y es alguien muy respetado y temido. Y de hecho, hay algo que le encanta irse a un lado un poco oscuro. Yo quería recoger un poquito esa parte tierna de Alfredo Castro que nunca había visto en ninguna película, porque luego él es un amor absoluto. Una de las personas más bonitas que conozco. Y como actor, nunca lo hace mal, tienes que ser muy mal director para tener un mal momento suyo.
El tercer vértice del triángulo protagonista es la hija pequeña, a la que interpreta la debutante Mònica Almirall. ¡Toda una magnífica sorpresa!
Desde hace unos años, tengo una conexión muy fuerte con las artes escénicas, me gusta encontrar talento y llevarlo hacia el cine, un poco como hicieron en Broadway: y aquí lo hacemos con La Veronal, con Maria Arnal o con Mònica Almirall, que tiene una compañía teatral de creación, A tres bandas. La vi en una función y la convoqué en un casting para conocerla. No estaba seguro de que fuera un papel para ella, pero tenía el presentimiento de que en algún momento trabajaríamos juntos. Y lo hizo muy bien. Ella es una artista total, me encantaría hacer una película con veinte Mónicas haciendo todos los papeles.