Bruce Springsteen vuelve a enamorar Barcelona con un concierto vibrante de casi tres horas

Si alguien pensaba que el curioso fenómeno de la springsteenmanía en Barcelona se habría mitigado con el tiempo, estaba equivocado. El Boss ha vuelto, siete años después de su última visita –Camp Nou, The River Tour– y lo ha hecho con toda la fanfarria. Estos días no se ha hablado de otra cosa. Primero, porque la exposición de las fotos de Francesc Fàbregas del primer concierto de Bruce Springsteen en Barcelona –'Bruce Springsteen Barcelona 1981'– nos recordaba cómo se inició, hace 42 años, el idilio del chico de Nueva Jersey con la capital catalana. Después, porque se ha presentado con los Obama y los Spielberg y, cómo no, a los barceloneses nos caía la baba: que si han ido a cenar al Amar de Rafa Zafra –por cierto, lo tendremos en el Time to Eat Fest los días 20 y 21 de mayo, no os lo perdáis–, que si después visitaban el Moco y comían en la Terrassa Martínez, etcétera. 

Pero todo esto eran los prolegómenos, como cuando suena el himno de la Champions antes del partido. Lo importante –la razón por la que había gente organizando la cola del Estadi Olímpic desde el lunes– era cuando empezaran a sonar los primeros acordes de la gira europea de Bruce Springsteen en Europa (otro regalo a la ciudad, "the best, always", como dijo a los micrófonos desde el hotel La Florida). Porque un concierto de Bruce Springsteen & the E Street Band es un chute de dopamina. Con 73 años, el autor de 'Born to run' sigue fiándolo todo a una mezcla de épica y romanticismo que esquiva muy sabiamente el cinismo imperante. Un concierto de Springsteen es siempre una bocanada de aire fresco, como lo fue en el Palau d'Esports aquel 21 de abril de 1981, justo después del 23 F.

Un repertorio lleno de hits

Y no ha fallado. La banda arrancó con el clásico 'No surrender', y pronto sonaron aquellos arpegios de 'Prove it all night', la primera canción suya que se escuchó en directo en la ciudad. Ante 60.000 personas y unos cuantos VIPs, la E Street Band ha desplegado un repertorio lleno de hits de algunos de sus álbumes más queridos –'Born to run' (1975), 'Darkness on the edge of town' (1978) y 'Born in the U.S.A.' (1984)– y con alguna presencia de sus discos más actuales, bien colocada en el repertorio, perfectamente consistente con el conjunto.

Ha sido un show de casi tres horas, siempre vibrante, en el que Springsteen ha vuelto a hacer gala de su poder de seducción, ya sea con los solos de Telecaster, la armónica o hablando catalán. De hecho, ha subtitulado algunas canciones en la lengua de Pompeu Fabra. El setlist ha sido generoso, con detalles como 'Pay me my money down' de 'We Shall Overcome: The Seeger Sessions', a lo New Orleans, y momentos álgidos con 'Backstreets', 'Because the night', 'Badlands' y 'Thunder road'. Dicen quienes no acudieron al concierto que desde Gràcia se distinguían con nitidez.

La potencia de todo ello se debía a la banda de 17 músicos, con clásicos como Steven van Zandt y Nils Lofgren, y también con nuevas caras, como la de Jake Clemons, sustituto y sobrino del añorado Clarence Clemons, que fue saxofonista de Springsteen de 1972 hasta su muerte, en 2011. Entre las sorpresas en el repertorio, cayó el 'Born in the U.S.A.', inédito en conciertos anteriores, y 'Human touch', hit de uno de sus discos menores. Sin embargo, quedaba enlazar el 'Born to run' con un 'Glory days' que ha hecho tocar el cielo a los miles de asistentes (momento en que Michelle Obama y Kate Capshaw han subido a cantar con Patti Scialfa), pero al Boss aún le quedaban balas en la recámara. El 'Dancing in the dark' seguido del 'Tenth avenue freeze-out' podría haber sido un 'grand finale' lleno de emoción, pero Springsteen ha querido despedirse solo con la guitarra acústica, dedicando 'I see you in my dreams' a un público que ha bailado, ha cantado y ha visto correspondido su amor incondicional. El domingo más.

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