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El escritor, humorista y crítico de televisión Bob Pop está pasando las horas del vermut de los fines de semana en el Espai Texas: hasta el 24 de noviembre protagoniza dos espectáculos autobiográficos: 'Hablar no sirve. De nada', que ya estrenó la primavera pasada, sobre la dependencia y la vulnerabilidad; y 'Nuestras flores abiertas', una especie de musical íntimo que ha creado junto a (Me llamo) Sebastián, que juntan sus dos universos.
Dices que 'Hablar no sirve. De nada' es un monólogo imposible. ¿Por qué?
Mi intención era escribir un monólogo sobre la discapacidad y el recorrido de mi vida en silla de ruedas. Pero me di cuenta de que ya no puedo hacer un monólogo porque no puedo estar solo en ningún caso: soy una persona dependiente. Y yo quería hacer teatro de verdad, y subirme solo en un escenario sería mentir. Pensé hacerlo con Daniel Bayona, un actor de ‘Maricón perdido’, y se unió, y acabó siendo una conversación entre una persona dependiente (que soy yo) y su cuidador. Yo no soy actor, soy escritor, y solo me sé interpretar a mí mismo. Lo único que puedo ofrecer es la verdad, sin impostura. De hecho, 'Hablar no sirve. De nada' es una puesta en escena sobre mi fracaso. Esta es la premisa de la obra, porque si hubiera rodado la segunda parte de 'Maricón perdido' no tendría que estar jugándome el tipo en un teatro los sábados por la mañana.
¿De qué temas habláis?
Es una reflexión de hasta qué punto nos cuidan por amor, por dinero, nos escuchan por obligación, placer y hasta qué punto la dependencia también implica una relación de poder. Y me di cuenta de lo importante que es para mí no estar solo en muchas facetas de mi vida, pero sobre todo encima de un escenario, que es un lugar donde soy muy feliz. También hablamos de mis fracasos y reflexionamos sobre lo que es ser marica, el cuerpo, la escritura, los libros, la soledad deseada y no deseada, mi propia vida, el autoboicoteo... también hablamos del deseo, de como te cambia el tacto y el cuerpo en general, y de como me enfrento yo a mi cuerpo del pasado. Fui un niño gordito y nunca estuve satisfecho, nunca me vi como un cuerpo de deseo. Ahora me he dado cuenta de lo poco que aproveché este cuerpo que creía imperfecto para disfrutarlo y acercarme a los demás. Hablo de mis primeros amores, miedos y mi camino recorrido. De como nunca me he creído el lugar que he ido ocupando, pero como a la vez, de alguna manera, he ido aprendiendo a defenderme del cinismo y a hacer lo que de verdad me creía, y como creo que mi destino natural es un escenario, porque es el lugar donde no me duele nada. Tengo un claro maestro que es Andreu Buenafuente, que decía que el escenario cura. Es un anestésico. Eres tú para otros, y no te permites ese dolor, porque el público no se merece notar el dolor que sientes.
Aprendí a decir que no a las cosas cuando dejé de poder hacerlas
¿Cuánto tiempo hace que necesitas un cuidador?
Mi marido, 'maridito', fue mi cuidador durante los años de la pandemia, pero descubrimos que su cuerpo no estaba preparado para cuidar a un cuerpo de mi envergadura y con mis dificultades de movilidad. Yo necesito ayuda y soporte para todo, caminar, ducharme, sentarme, levantarme… desde hace 3 años necesito un cuidador, yo y 'maridito'. Ahora tengo la suerte de tener 2 cuidadores, uno por la mañana y otro por la tarde, para que podamos estar juntos sin esa cosa tan rara del amor y del cuidado, que es que queremos saber que estamos juntos porque queremos, no porque me haga falta o él se sienta obligado. Eso también parte del privilegio de poderme permitir dos sueldos dignos para los cuidadores.
¿Cómo fue aceptar que necesitabas un cuidador?
Aprendí a decir que no a las cosas cuando dejé de poder hacerlas. Lo tuve que asumir porque no había más remedio, daba igual que tuviese orgullo o rabia, eso no era importante, yo me tenía que poder levantar. Si no hay nadie para levantarme de la cama, no puedo ir al baño. Ese alguien se acaba convirtiendo en una prolongación mía, establece una relación íntima de respeto y de cariño. Es importante que sientas que la persona que está contigo está bien y cómoda, no a disgusto. Hay un proceso en el que uno aprende a dejarse cuidar, pero ahora yo estoy viviendo el proceso ahora de recordar que yo también puedo seguir cuidando, aunque me cuiden. 'Hablar no sirve. De nada' habla de yo cuidado, pero 'Nuestras flores abiertas' habla de mi yo cuidador, que encuentra un alter ego músico, (Me llamo) Sebastián, y establecemos una relación de cuidados mutuos. Los dos tenemos una necesidad de la voz de otro.
¿Cómo has ido cambiando el relato de tu enfermedad desde que la hiciste pública?
Yo vivo la enfermedad desde la suerte de estar muy bien rodeado, situado, en una casa bonita y en una ciudad cómoda. La Seguridad Social me ha dado una silla eléctrica, tengo un trabajo donde nadie se cuestiona nada ni me obligan a una productividad… he ido contándolo según he ido viviéndolo. He tratado de no convertirme en un referente de cualquier persona enferma. Odio esta pornografía de superación. Yo estoy bien y sonrío y me lo paso bien porque tengo mucha suerte, soy un privilegiado, tengo condiciones materiales y mucho amor a mi alrededor, pero no soy ejemplo de nada. Si yo estuviera odiándolo todo y enfadadísimo con mi cuerpo, sería igual de legítimo. Esa cosa que tenemos que ser víctimas perfectas, no. Yo no soy el futuro de nadie, tampoco. Cuando a alguien le diagnostique la Esclerosis Múltiplo, yo no soy el fantasma de sus Navidades futuras. No pasa nada por acabar así, de hecho no se acaba así. Yo siempre digo que no “acabas en una silla de ruedas”. ¡Yo estaba dirigiendo ‘maricón perdido’ en una silla de ruedas! Uno sigue en una silla de ruedas hasta donde llegue el terreno adaptado.
¿De qué formas te has relacionado con la soledad a lo largo de tu vida?
A mí me encanta la soledad, y para alguien que escribe es fundamental. Pero yo en soledad puedo hacer muy pocas cosas. Necesito que me abran un boli o el ordenador para ponerme a escribir. Pierdes intimidad, pero también ganas empatía, y te das cuenta de que cuando llega la enfermedad o discapacidad, estás obligado a ocupar unos márgenes, y allí siempre se está mejor acompañado.
¿Cómo tienes intimidad contigo mismo ahora que estás con los cuidadores la mayoría del tiempo?
Cuando leo, aunque muchas cosas han dejado de ser automáticas: necesito que me ayuden a sentarme, a colocar el cojín, el libro, que ese día tenga la mano no muy espástica para que pueda pasar las páginas… pero la lectura y la escritura se han convertido en una forma de intimidad. Escribo con la mano izquierda cuando siempre he sido diestro, y el día siguiente me va a doler todo el cuerpo porque estoy en una postura que me fuerza el dolor. Esto lo vas aprendiendo y vas disfrutando de los pequeños ratos de soledad. Se te va mucho la tontería, y esto está muy bien, también.