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A veces hay que hacer caso a aquellas voces que te dicen "este concierto puede ser especial". Es difícil convencer a amigos y conocidos, mucho más atraídos por nombres escritos con letras más grandes en el cartel o por llamadas a la nostalgia como las de Ride y Slowdive, que tocaban más o menos a la misma hora, pero incluso la organización del Primavera Sound ponía a Big Thief como uno de los tres 'must' del jueves del segundo fin de semana de festival.
Quizá el escenario no era el más idóneo –el mismo en el que Jay Electronica protagonizó un desbarajuste que acabó con la cancelación del show y por donde se colaba el sonido del Boiler Room entre canción y canción–, pero los de Brooklyn supieron sobreponerse a ello para obrar su magia.
Empezaron sin artificios, como si calentaran motores, y la multitud congregada –la mayor parte hablaba en inglés– fue entrando en el show poco a poco. No hacía mucho que había empezado el concierto, cuando el grupo se detuvo unos minutos para que se pudiera ayudar a una persona que supuestamente se había desmayado. Fue al reanudarse la actuación cuando la cosa empezó a despegar de verdad.
'Forgotten eyes', 'Certainty', 'Love love love'... son canciones de una belleza extrañísima, que beben del folk y el contry rock para encaminarse hacia una especie de cubismo musical y poético que fue subiendo de intensidad (¡y de qué manera!) cuando Adrianne Lenker cambió la guitarra acústica por la eléctrica, con distorsiones rasposas como el papel de lija y más 'feedback' que Ride y Slowdive juntos.
El clímax llegó con 'Not' (que fue nominada a los Grammy como mejor canción y mejor actuación de rock), pero todavía tenían balas en la recámara. La versión cañera de 'Dragon new warm mountain I believe in you', canción titular del último disco, y el country con arpa de boca de 'Spud infinity' –la gente ya se relajaba y bailaba feliz, después de tanta tensión– nos dejaron a todos con ganas de más. Cuando vuelvan, esperemos que en una sala, no os los perdáis, haced el favor.