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En la manzana de la discordia, las colas frente a la Casa Batlló roban el protagonismo a su vecina. Los balcones en forma de antifaz y el mito que acompaña el nombre de Gaudí atrapan la mirada de los que pasean por Passeig de Gràcia y quizás por este motivo la Casa Amatller pasa desapercibida, tanto para los turistas como para los barceloneses de toda la vida. Con los primeros no hay nada que hacer, pero que haya de gente de Barcelona que nunca ha pisado el edificio de Puig i Cadafalch es un grave error. Es el único interior modernista de la ciudad que conserva todo el mobiliario original, lo que convierte la visita en un viaje en el tiempo en toda regla.
Para entrar es obligatorio llevar patucos. “El parquet es el mismo que había en la casa en 1900, cuando se construyó”, nos explica Isabel Vallès, impulsora de Cases Singulars, la empresa que gestiona sus visitas. Bien, de hecho, todo lo que hay en la casa es de 1900, con la excepción del vestidor de Teresa Amatller, que la hija del industrial del chocolate se hizo actualizar durante los años 30. El resto de detalles han quedado congelados en el tiempo desde que Antoni Amatller, su padre, estrenó la casa. Por suerte, el señor Amatller era un apasionado de la fotografía y se hizo un reportaje para celebrar su nuevo hogar. En cada estancia puedes comprobar que la disposición de los muebles y la decoración están intactas.
Antes de pasar al comedor, Isabel nos da una pista: “Amatller se escribe con a, pero hace referencia al árbol que florece en febrero y marzo. Hay flores de almendro escondidas por toda la casa”, alerta. En los techos, en la decoración de los muebles, en los capiteles e incluso en las servilletas que decoran la mesa parada como la tenían los propietarios hace más de cien años.
Para que los comensales no pasen frío hay una chimenea en forma de barco. "Es una alegoría del comercio de cacao, que hace referencia a los intercambios comerciales entre América y Europa", señala Laura Pastor, que es la otra mitad del proyecto Cares Singulars. En proa, el velero lo presiden dos reinas: una occidental y otra precolombina que lleva una corona de plumas.
Al otro lado de la casa, están las habitaciones de Antoni Amatller y de su hija Teresa que tienen vistas al Passeig de Gràcia. La del industrial nos descubre su faceta de viajero a través de documentos y fotografías de las escapadas que hizo en Tánger, Egipto y Estambul. También se expone su colección particular de objetos de cristal.
La habitación de Teresa tiene una tribuna con vidrieras con una columna muy especial. El capitel cuenta una historia, la de las cuatro edades de la mujer, y pueden verse en él una niña, una adolescente, una madre y una anciana.
El detallismo extremo está en todas partes. De hecho, se saben los cincuenta nombres de los artistas y artesanos que trabajaron con Puig i Cadafalch para adornar toda la casa, trabajando el vidrio, el forjado, la cerámica o la piedra y que contribuyeron, por ejemplo, a hacer una de las claraboyas más espectaculares de toda la ciudad.
Y este trabajo minucioso, aunque la pasamos por alto, también lo encontramos en la fachada llena de simbolismo de la Casa Amatller. Desde un Sant Jordi matando al dragón, a un hombre haciendo fotografías, que alude a uno de los pasatiempos preferidos del dueño de la casa. Quizás, ahora, cuando paséis por delante, sí que vais a deteneros a observarla.