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Cuando estuvieron de moda los locales 'clandestinos' o 'speakeasy' vimos y comimos cosas algo lamentables: restaurantes tirando a vulgares escondidos tras tiendas de souvenirs y mostradores de tintorerías, todo más postizo que un duro sevillano. El local que La Confiteria –que tiene el tercer mejor bar del mundo según la lista 50 World's Best Bars– abre hoy juega en otra liga: Monk (Abaixadors, 10), está tras un colmado paquistaní y dentro de una finca de finales del siglo XVIII: una fachada realista a prueba de bombas que esconde un bar único en su categoría.
No os diremos dónde está la puerta de entrada a la coctelería, porque eso ya sería quitar parte de la diversión. Pero una vez dentro, te encuentras en un bar que combina arcos y bóvedas góticos con instalaciones inmersivas de arte lumínico. "Quería abrir un bar que fuera un cruce entre 'Tron' y James Turrell", explica uno de los socios, Enric Rebordosa (Turrell es un artista de instalaciones que trabaja los efectos de la luz en el espacio).
El espacio es impresionante: todo un estudio de las variedades del rosa en un bar sobrio y señorial "O como domar el rosa dentro de un bar", precisa Rebordosa (recordad que el rosa puede ser tan hortera como sedante). El jefe de coctelería, Giacomo Gianotti, considera que "este es el hermano mayor del Paradiso, porque hacemos una coctelería más noble y reposada. Más fina y precisa, con menos espectáculo". Pero muy estética: ¡los cócteles están pensados en vistas a como la luz les impacta! Y en las paredes hay instalaciones de arte lumínico que se pueden comprar.
Una buena prueba de esta priba estratosférica es un maravilloso Philip Glass is Dry, homenaje al dry martini con una redestilación de infusión de algas, sake, cítricos y tintura de setas. ¡Una bala de plata que acaba con sabor a bosque! (¡y que se mantiene helado gracias a una piedra amatista!). Que las copas tengan poco gadget no quiere decir que no exista un trabajo increíble en cada trago, apunta Gianotti. En la carta hay una interacción entre cítricos y ahumados que prueba una creatividad arrolladora.
Cada trago está dedicado a un artista diferente (Kubrick, Moroder, Kraftwerk, Turrell...) y tiene un apartado de comida caribeña a cargo del Adnaloy Osío, chef venezolana que proporciona una almohada de delicadezas para comer con los dedos que van mucho más allá de llenar la barriga. Por ejemplo, un plato de 'nigiris' tropicales hechos con arroz al vinagre frito, atún picante, envueltos en una hoja de 'shisho' morado (planta aromática conocida como albahaca china).
Pero no revelaremos todas las sorpresas que esconde Monk (así llamado en honor al genio jazzístico que convirtió el error y los síncopes en arte). Pero atreveros a cruzar el muro que parece Krypton, y accederéis a una iglesia en la que en lugar de hostias reparten algunos de los mejores cócteles de tirador que he probado en mi vida (a once euros). Y en el lavabo suena música minimalista y un sistema lumínico trastoca tu visión de los colores.
Y sí, la fachada del colmado es funcional. Tienes la opción de entrar en este templo de la coctelería, o pasar de largo con una lata de cerveza en la mano.
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