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Últimamente, vamos tan sobrados de experiencias inmersivas que la palabra ya no significa nada. A menudo se basan en el más puro artificio y la única inmersión que nos ofrecen es que unas imágenes nos envuelvan. Pero ¿de verdad tenéis la sensación de haberos metido –de haberos caído– dentro de una obra de arte? En la mayoría de casos, la respuesta es no. Por suerte, Richard D James vino al Sónar a recordarnos qué es quedarnos atrapados –y aturdidos– por una obra de arte mayúscula, implacable, incontestable.
Aphex Twin abría el viernes el SonarClub –el escenario grande del Sónar de Noche– en la edición que celebra los 30 años de un festival que ha crecido en paralelo a la evolución de la música avanzada y el músico irlandés (nacionalizado británico), de 51 años, es un artista que ya estaba a la vanguardia cuando este encuentro de referencia nació en el CCCB y el Apolo. Explorador de las posibilidades insospechadas que ofrece la electrónica, pionero de la IDM (Intelligent Dance Music), druida del glitch y los ritmos retorcidos, creador mutante capaz de adoptar múltiples formas e identidades (del ambiente al terrorismo sonoro ya la música de piano inspirada en Satie), Richard D. James representa todo lo que representa el Sónar y sigue impartiendo lecciones magistrales desde la vanguardia más salvaje.
Igualmente adictiva
Era la cuarta vez que actuaba en el festival (la octava en Barcelona desde que debutó en la edición 2001 del festival) y se ahorró los preámbulos. No recordamos tal multitud a primera hora de un Sónar de Noche –el SonarClub estaba lleno hasta la bandera–, y parecía que mucha gente había sacrificado aquellas horas de ducha y descanso entre las ediciones de día y de noche para no perderse un artista cuyo simple logo ya inspira reverencia. Y a la hora en punto, atrincherado tras el parapeto donde se escondía con sus máquinas, procedió a someter al público a una tormenta de metralla sónica y visual difícil de bailar pero igualmente adictiva.
El irlandés hizo lo que quiso con el público
Sin florituras, bajo un cubo que disparaba visuales de colores a la misma velocidad que el músico superponía capas de ritmos imprevisibles y unos láseres perfectamente sincronizados, Richard D. James dejó claro en todo momento que era él quien mandaba. Por mucho que actúes en un festival, no hace falta que te rindas al bombo a negras, y cuando lo hacía era por cuatro compases, desconcertando al público, cambiando de forma continuamente, dejando entrar voces filtradas e incluso melodías en algunos momentos, activando el martillo mecánico y jugando con el suspense de forma magistral.
Dejando en evidencia del EDM –es decir, prescindiendo de 'subidones', drops, etc–, el irlandés hizo lo que quiso con el público. Mucho más hardcore que psicodélico, más punk que arty, Aphex Twin nos aturdió con un set que tanto podría exhibirse en un museo como descargarse en una rave de una fábrica abandonada en Berlín. Una vez más, una lección del mayor genio de la música electrónica de los últimos 30 años.
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