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Àngels Gonyalons: "Emma Vilarasau nos hizo un gran favor con su discurso en los Gaudí"

La actriz catalana es una de las protagonistas de 'Dones de ràdio', acompañada de Sara Epígul y Sara Diego, en La Villarroel

Andreu Gomila
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Andreu Gomila
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Àngels Gonyalons
Foto: Eugènia Güell | Àngels Gonyalons
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Ella suspira cuando le dicen que es una enciclopedia del teatro. Pero lo cierto es que Àngels Gonyalons lleva más de cuatro décadas sobre los escenarios y las ha visto de todos los colores. Se marchó a Madrid, se "retiró" a Menorca, montó una escuela en Barcelona... Ahora la tenemos en La Villarroel con Dones de ràdio, acompañada de Sara Espígul y Sara Diego, una obra de Cristina Clemente dirigida por Sergi Belbel. Tres generaciones de actrices para hablar de un tema tabú.

La primera frase de la obra es de tu personaje, Rosa, y dice así: “Soy profundamente antimonárquica. Pero soy una reina”. ¡Vaya inicio!

Mi personaje es una persona que sabe que vale, que tiene ciertas cualidades. Lo relativiza porque tiene una edad, pero, vaya, dice que está muy bien. Tiene mucha seguridad. No es prepotente, y eso era delicado a la hora de interpretarlo porque no tenía que parecer arrogante, sino natural. Eso es lo que le pasa: lo tiene todo. Tengo talento, soy valiente, sé mandar. Dirige un equipo, trabaja en la radio. Pero entonces… pasa lo que pasa. Y, como lo tiene todo bajo control, de repente se encuentra vulnerable porque le aparece un bulto en el pecho.

¿Cuántas Rosa, Ágata y Carol has conocido en tu vida?

Más de las que me gustaría, en cuanto a la enfermedad, al cáncer de mama. Las que he conocido han salido adelante. O las han salvado. En el presente, conozco mujeres a las que he vuelto a ver y, de repente, llevan la cabeza rapada al uno. ¿Qué ha pasado? Recidiva.

Dònes de ràdio
Foto: BitòDònes de ràdio

¿Cómo has interiorizado estos casos para interpretar a Rosa?

Me ha devuelto la experiencia de esas amigas cercanas. Incluso cuando fuimos a hacer función en Manacor, donde vive una amiga que tuvo cáncer, la avisé: 'Esto es así'. Me dijo que no tenía problema, que ya hacía veinte años, que había pasado una reconstrucción. En cambio, el otro día me encontré con otra amiga que estaba en una fase más reciente, además tiene una niña pequeña, y le dije: 'No vengas, sobre todo en este momento'. No porque la obra haga daño, pero hay momentos… La función emociona no desde el dolor, sino desde la ternura. La autora, Cristina Clemente, sabe caminar por una línea muy fina y delicada. Tiene mucho talento para tener sentido del humor sin faltar al respeto, ser tierna pero no melosa.

La función emociona no desde el dolor, sino desde la ternura

No es fácil lo que ha hecho Clemente, ¿verdad?

Es una persona genuina y comprometida, nada oportunista. Y no debemos olvidar la mano delicada del director, Sergi Belbel. Es muy sutil... Cristina había escrito la obra de una manera y la había planteado de una forma. El primer día de ensayo, Sergi dijo: 'Tenemos que hacerlo de otra manera'. Habló con ella y no hubo duda. Son un tándem que se quieren de verdad. Ella fue ayudante de Sergi y ahora él está dirigiendo su obra. Se entienden muy bien porque se valoran mucho el uno al otro.

No hay muchos personajes como los vuestros que pasen por los teatros. En un gran escenario, solo recuerdo a uno de los personajes de La trena.

Son temas muy delicados de tratar. No se me ocurre nadie mejor que Cristina para hablar de esto, sobre todo por su compromiso. Escribió la obra tras conocer a una mujer en el equipo de baloncesto de sus hijas. Tuvieron mucha complicidad, se hicieron amigas y, al cabo de un año y pico, esta persona le dijo que, durante ese año, había padecido un cáncer, que la habían tratado y reconstruido. “¿Por qué no me dijiste nada?”, le preguntó Cristina. Y su amiga contestó: “Porque no nos habríamos reído”. A partir de este caso, Cristina entrevistó a nueve mujeres con diferentes tipos de cáncer de mama, de distintas edades y orígenes sociales. Todo nació de su necesidad de hablar de esto. No son temas fáciles.

Cristina entrevistó a nueve mujeres con diferentes tipos de cáncer de mama, de distintas edades y orígenes sociales

¿Podemos decir que es una comedia?

Sí, es una comedia. Y me acerco a la comedia desde la visión de Neil Simon, que iba por esta línea delicada, tratando también temas cotidianos dramáticos con sentido del humor. Sin faltar al respeto. Recuerdo cuando descubrí a Neil Simon: no es astracanada, no es reír por reír. En los momentos más dramáticos de la vida se dan situaciones que, si tienes sentido del humor… A mí, en los momentos más duros de mi vida, se me han ocurrido cosas que me han hecho pensar: “Yo no estoy bien”. Y estás mejor si tienes ese lugar al que agarrarte para seguir adelante.

¿Podemos decir que en los últimos años has renacido como actriz?

La visión desde fuera siempre es de una manera y uno lo vive de otra... He tenido momentos en los que me he dicho: “No sé qué haré dentro de seis meses”. Pero en 44 años no he dejado de trabajar. Me siento una privilegiada. No me han regalado nada y he trabajado mucho. Pero también sé de muchas personas que han trabajado igual de duro y no han tenido esa suerte...

En 44 años no he parado de trabajar. Me siento una privilegiada

¡Incluso te fuiste a Madrid!

Y después me fui a Menorca, fui madre, viví experiencias y, al volver aquí, llegó el trabajo. Creo que fue gracias a L’alegria que passa (2023). Hacía diez años que no hacía un musical, con Dagoll Dagom, y tuve en mis manos una herramienta preciosa, que me dio mucha visibilidad. Un año antes había hecho Una teràpia integral y había ido muy bien, con buenas críticas y muchas funciones. Pero L’alegria que passa me dio un empujón más, otra vez. Pero esto es una montaña rusa.

Empezaste a trabajar con 17 años, ¿verdad?

Sí, con 17 años. Y tengo 61.

¿Cómo has visto cambiar el teatro en Barcelona?

Es otra cosa completamente. Cuando empecé, se hacían cosas que ahora no se podrían vender. Y eso está bien. También en los musicales. Creo que el público tiene más criterio. Y la sensación que tengo es que llevo 44 años y no entiendo nada. De verdad. No entiendo los movimientos sociales alrededor del teatro. Nunca lo sabremos.

Dicen que a las actrices mayores les cuesta encontrar papeles...

Esto me parece una paradoja: hemos alargado la esperanza de vida, con calidad de vida, sobre todo en las mujeres. Y, además, la mujer mayor es la que tiene poder adquisitivo para comprar entradas. En teoría, la demanda debería ser mayor respecto a lo que les sucede a las mujeres mayores... Yo tengo mucha suerte. O hasta ahora la he tenido. Espero que siga así. Además, acabo de estrenar una película, Wolfgang, donde hago de abuela por primera vez. También nos importa qué le pasa a la abuela. Todos hemos visto a Emma Vilarasau y nos hizo un gran favor con su discurso cuando ganó el Gaudí por Casa en flames.

Una de tus últimas obras ha sido Llegat y tuviste una escuela de interpretación. ¿Cuál te gustaría que fuera tu legado?

Hasta el año pasado tuve la escuela Memory. Y recuerdo el último foro con los alumnos, en el que les pregunté: “¿Quién de vosotros no sabe quién es Anna Lizaran?”. Se levantaron brazos. “¿Quién de vosotros no sabe quién es Rosa Maria Sardà?”. Se levantaron brazos. Todos somos piezas de un todo y evolucionamos en masa. Lo que me gustaría, no particularmente, sino como sociedad, como comunidad, es que aprendiéramos a valorar nuestro patrimonio. Somos un poco de usar y tirar. Y la autoestima como comunidad no crecerá si no amamos, como los anglosajones, nuestro patrimonio. Recuerdo que, cuando empezaba, me importaba mucho quién era quién. De joven, me relacionaba mucho con gente mayor. Para mí, Carles Lloret, Carme Contreras y Mercè Bruquetas son muy importantes.

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