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Son las siete menos cuarto de la tarde de un jueves cualquiera. No estoy en una calle cualquiera de Barcelona. Enfilo la calle Tuset. La juventud de la zona alta –la misma que en Navidad colapsa la calle Mandri haciendo botellón de Moët y Rioja del bueno– llena hasta los topes bares de tapas como 4 Latas y Jaleo, en un preludio de juernes de perreo con Armani y Gucci. Una puerta más arriba, en el número 17, la escena es muy distinta. Estoy en la preinauguración –para amigos y familia– de la nueva coctelería de Grup Confiteria. El nuevo bar conceptual del grupo –sus locales podrían formar parte de una exposición, porque todos tienen una coartada artística– es Focacha (Tuset, 17): una coctelería retrofuturista escondida tras una focaccería, Focacha.

En este caso, la primera lectura es un homenaje al movimiento de la gauche divine y al Bocaccio de Oriol Regàs (que estaba en Muntaner, pero tenía conexión directa con Tuset Street, que también fue una peli de Sara Montiel, para modernizarla acercándola a la cooltura catalana). "Queremos una calle Tuset mucho mejor de lo que hay ahora, queremos devolverle algo de dignidad y afiliarnos a la tradición de Jaime Gil de Biedma, Leopoldo Pomés o Teresa Gimpera", me explica Enric Rebordosa, uno de los socios de La Confiteria (mientras hablamos, entra el hijo de Pomés, Poldo Pomés, propietario de Flash Flash y El Giardinetto). Regàs, por cierto, es un ídolo para La Confiteria, al que ya rinden homenaje a la Bodega Molina. ¿Make Tuset great again? "Da un poco de miedo decirlo, porque suena a Trump, pero sí", ríe Rebordosa. En la entrada, en la focaccería, están expuestas fotos de Permanyer, Joan de Sagarra, Carme Balcells, Regàs y otras alegres compañías.
Queremos devolverle un poco de dignidad a la calle Tuset
Cruzamos lo que parece la puerta de una nevera y Focacha estalla: es una especie de coctelería-boîte discoteca inspirada en la instalación Visiona II, que el arquitecto y diseñador Verner Panton llevó a cabo para Bayer en 1970. "Hemos convertido la instalación efímera en un espacio físico", me dice Isern Serra, el diseñador. Focacha sacude, pero de manera amable: la luz de la sala de la barra, rodeada de módulos de colores intensos y cromáticos, se refleja sutilmente en la base de la barra, creando una atmósfera dinámica e inmersiva.

El suelo, las paredes y el techo, todos revestidos de moqueta, potencian la sensación de intimidad y sofisticación. La segunda sala es la del DJ, más íntima y oscura, con sofás sinuosos y una cúpula en el techo. Y el último paso es un pasillo de espejos y luz, puro arte óptico: atraviesas la instalación Art d'eco del diseñador de iluminación Maurici Ginés. Como tomarse un cóctel en medio de la película Barbarella. "Hay muchas referencias al arte óptico. Panton fue el primero en dignificar materiales pobres como el plástico, aplicándoles color, y eso me encanta", me explica Rebordosa. Las luces y todo el mobiliario son diseños originales del propio Panton.

"Hemos hecho un gran diseño y todo tiene que estar a la altura. Y eso incluye la coctelería, que es intensa y elegante, pero directa, sin demasiada parafernalia", me cuenta Lito Baldovinos, mientras me alarga mi segundo Dolly Parton de la noche: un trago a base de tequila, soda de sandía y bitter de chipotle. Picante, afrutado y cítrico, una delicia que no echa humo ni aturde. Pero si te tomas demasiados, te entrarán ganas de fusionarte con las curvas aterciopeladas de la moqueta de las paredes, que para algo son simpáticas y muy orgánicas. Baldovinos me cuenta que aquí antes estaba La Bolsa y una cadena de platos precocinados, y no hace falta decir que el cambio ha sido para bien.
La coctelería es intensa y elegante, pero poco recargada
En el bar de bocadillos de la entrada, la fachada speakeasy, me encuentro con el cerebro culinario de la operación, el chef Víctor Ferre (Cafè del Centre), que me explica que han querido hacer una focaccería con acento catalán y español. "Si te fijas, los italianos preparan bocadillos calientes, pero no los planchan. Nosotros sí", matiza. Usan un pan hecho en la pastelería Brunells, alveolado y ligero, pero también firme, buenísimo.

Ingredientes como butifarra negra, sobrasada o anchoas de L’Escala encajan a la perfección con el bocadillo italiano. Una variante como la focaccia de butifarra asada desmenuzada, con crema de setas y stracciatella, salsa verde y rúcula, no echa de menos la porchetta. Los precios: bocadillos entre 10 y 13 euros y cócteles entre 14 y 17. ¿Caro, bien de precio? Esto es Tuset Street, gente, y en Barcelona no hay otro sitio como este.
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