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Barcelona se ha establecido como el epicentro de alta coctelería a nivel mundial, y el Born –un barrio que siempre ha liderado el trago fino en la ciudad– está ganando ímpetu frente a los dos otros polos del buen beber, que son Eixample Izquierdo y el Raval. Lo confirma la reciente abertura de la Florería Atlántico (Av. Marquès de l'Argentera, 19) de Tato Giovanonni, que con su primera sede de Buenos Aires ocupa el número 18 en la lista de los World's Best Bars. Y ojo, que abre en asociación con otro gran 'bartender': su socio en esta aventura es otro argentino: Diego Cabrera, alma mater de Salmon Guru en Madrid, que ocupa el número 15 en la susodicha lista de bares mundiales.
Este no es un bar cualquiera: la Florería se encuentra resguardada bajo un imponente restaurante argentino, Brasero Atlántico, con aires de almacén industrial y colmado de flores en la entrada. "Resumiendo: esto es un restaurante con bar, y abajo hay una coctelería con comida", me cuenta el director del restaurante, Agustín Arizmendi. "Y sí, es un restaurante argentino, pero no es lo que te imaginas", prosigue.
La sobriedad de Brasero –cemento, ladrillo, madera– se corresponde con una cocina de brasa y parrilla argentina, pero europeizada y con personalidad. Por ejemplo, unos sabrosos entrantes de embutidos gurmet –butifarra blanca, negra y paté de foie, que casan de maravilla con vegetales encurtidos– y unas ancas de rana a la Provenzal suaves y delicadas, que ganan por tres saltos a la fritura que se come en el Delta. Hay que probar las mollejas a la brasa: en una dimensión de sabor, crujiente/grasa y cocción como jamás las había comido en Barcelona. Y de este minimalismo chic pasamos al exceso abisal.
Se accede a la coctelería de Floreria Atlántico a través de una escalera escondida tras una puerta de frigorífico (¿qué sería de una coctelería sin entrada oculta?) y estamos en un bar subterráneo presidido por un esqueleto de monstruo marino y luces azuladas y tenues, redes de pesca iluminadas, coral metálico... Un universo barroco y excesivo que contrasta con una coctelería en la que la única pirotecnia ocurre en el paladar: son tragos elegantes y creativos, llenos de sentido, sin cambios de estado físico ni chispas y cuya complejidad evoluciona en boca.
Si la casa madre es una reivindicación de la argentinidad líquida, la premisa de la sucursal mediterránea es rendir homenaje de vuelta a los que inmigraron. Francia: un dry martini con producto francés: Gin G'Vine, Byrhh –el vermut de la república– agua de fresas y algas mediterráneas. Turquia: un juguetón vodka con higos, té rojo de cerezas y borra de café y menta fresca, con un complejo ensamblado de sabores que se consigue a base de clavar milimétricamente el punto de maceración de cada líquido.
También es muy recomendable probar el Grecia, en la foto: una redefinición del Dry Martini a base de macerar metaxa (brandy de uvas griego) y tispouro, orujo de brisa de uva, con hojas de parra y alcaparra: es como beberse el mediterráneo de un trago, con notas de caramelo gracias al moscatel, y una riqueza de sabores maravillosa.
Pero yo me quedo con un Transatlántico Fizz: ginebra con hojas de mate, Bushmills, Grand Marnier, palo cortado, mandarina, naranja, huevo y soda, un clásico de la casa que, como un viaje en barco, empieza suave y te vuelve del revés. En la coctelería abisal, los cócteles se pueden acompañar de platos centrados en productos marinos, como el crudo de lenguado, cítricos y aceite de eneldo o una empanada de centolla y camarón.
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