El minimalista montaje de Rigoletto, firmado por la directora de escena Monique Wagemakers, llega al Liceu bajo la inspirada dirección musical de Riccardo Frizza. La emoción verdiana se impregna del polos dramático, el dominio del estilo de Frizza y, naturalmente, de la pasión vocal de un reparto encabezado por el barítono Carlos Álvarez, que ofrece una antológica lección vocal.
Brillan los agudos del tenor, Javier Camarena, en su primer Duque de Mantua, aunque a su voz le falta volumen en los momentos de más intensidad lírica. La musical Gilda de la soprano Désirée Rancatori, el rotundo Sparafucile del bajo Ante Jerkunica, la sensual Maddalena de la mezzosoprano Ketevan Kemoklidze y la magnífica actuación del corazón del Liceo mantienen el listón alto. Quién decepciona es un poco audible Monterone, del bajo Gianfranco Montresor, quedando como punto oscuro de la obra.
El espectáculo pasa a una plataforma hidráulica rectangular con bordes de neón y ofrece bellas imágenes realzadas por el elegante vestuario de Sandy Powell, ganadora de tres premios Oscar, pero la estética minimalista es fría y distante, acaba con muchas de las emociones de la ópera.